viernes, 30 de enero de 2009

¿Ciudadanos británicos?

Acabo de solicitar la naturalización como ciudadano británico. ¿Por qué? Llevamos casi quince años viviendo en este país. Aquí tenemos trabajos y una casa. Nuestros tres hijos han nacido aquí, y nunca han vivido en otro sitio. Hasta ahora no nos lo habíamos planteado, pues la ley española nos hubiera privado de la ciudadanía española si hubiéramos adquirido la británica. Perder la nacionalidad española no me parecía buena idea. Así que cuando nacieron nuestros hijos los registramos en el consulado español, les sacamos pasaportes españoles y ahí quedó la cosa.

Ahora bien, hace unos meses me enteré de casualidad de que la ley española ha cambiado, y que ahora sí te permiten tener doble nacionalidad. Me enteré leyendo sobre la decisión del gobierno español de ofrecer la ciudadanía española a los veteranos de las Brigadas Internacionales. Antes del cambio en la ley, para aceptarla tendrían que haber renunciado a su nacionalidad original. Así que empecé a investigar qué tendrían que hacer nuestros hijos para obtener la ciudadanía británica. Me enteré, para mi sorpresa, de que las dos mayores no tenían que hacer nada, que ya eran británicas. El pequeño, sin embargo, por un cambio en la normativa entre la fecha de nacimiento de sus hermanas y la suya, sí tenía que hacer un trámite burocrático para registrarse como ciudadano británico. Este trámite, además, es casi idéntico al que tendríamos que hacer mi mujer y yo para naturalizarnos. Tal y como están las cosas ahora, gracias a la Unión Europea, ser ciudadanos británicos no nos proporciona ninguna ventaja práctica, pero las cosas pueden cambiar: dicen que no hay imperio que mil años dure. Por otro lado, no nos acarrea ningún inconveniente, si exceptuamos las mil libras de la tasa de solicitud. Además parece raro que la mitad de la familia tenga una nacionalidad que la otra mitad no tiene. Finalmente, aunque está claro que culturalmente no soy británico ni lo seré nunca, sí siento cierta afinidad con este pueblo. No me importa estar de su lado. Estas son mis razones.

Ser ciudadano naturalizado no parece ser lo mismo que ser ciudadano de origen. En primer lugar, si me ofrecen la ciudadanía británica, para aceptarla tengo que jurar o prometer fidelidad a Isabel II y sus descendientes, en un acto público. Los que nacen británicos no tienen que hacer este juramento o promesa, aunque quizás la ciudadanía conlleva estas obligaciones de manera implícita. En segundo lugar, el gobierno puede decidir retirarte la ciudadanía británica si considera que el interés público lo requiere, siempre y cuando al hacerlo no te convierta en apátrida. Una vez más, ahora que lo pienso, que yo sepa lo mismo vale para los ciudadanos de origen. O sea que a lo mejor no hay ninguna diferencia. Empiezo a entender por qué hay personas inteligentes a las que les interesa la filosofía política.

lunes, 26 de enero de 2009

Crucero invernal

Este fin de semana he salido a navegar en Firebird. Últimamente suelo salir de patrón, pero esta vez el patrón era mi amigo Bill. A Bill acaban de admitirlo como patrón del club, pero con la condición de que las dos o tres primeras veces que saque un barco vaya con otro patrón de más experiencia que luego informe al comité sobre su pericia. Prefiero salir de patrón, pues aunque no me gusta dar órdenes, me gusta aún menos recibirlas, excepto cuando vienen de personas que acepto instintivamente como superiores. Supongo que son vestigios genéticos de cuando vivíamos en manadas. De todos modos no me importa salir con Bill.

Bill y yo empezamos en la vela de crucero con Seahorse, más o menos a la vez. Desde entonces hemos navegado mucho juntos. En el 2005 hicimos la Fastnet, y luego compartimos nuestras primeras experiencias como patrones: un fin de semana en el Solent en un Sadler 32 y una semana en Escocia en un Elan 333. Yo empecé a navegar con Phoenix hace un par de años, y él hace unos meses. Bill y yo somos muy distintos. Él se guía por principios en muchos casos en los que yo sigo mis instintos. A pesar de esto somos compatibles.

El resto de la tripulación eran dos socios de Phoenix que no conocíamos: un diplomático de unos sesenta años y un hombre de mi edad que parecía dedicarse a la especulación inmobiliaria. En estos cruceros de Phoenix pasas un par de días conviviendo intensamente con un grupo de personas que no habías visto nunca y que probablemente no vuelvas a ver. Aunque parezca increíble, suele funcionar.

El sábado fue un día perfecto para navegar, frío pero despejado, con vientos moderados y la marea a nuestro favor. Lo pasé en grande al timón de Firebird. Cuando voy de patrón suelo dejárselo a los otros. Nuestra intención era pasar la noche del sábado en Yarmouth, pero justo antes de entrar en el puerto oímos el parte meteorológico que pronosticaba un temporal, así que nos volvimos a Cowes, para estar más cerca de nuestro puerto de base en Portsmouth, por si acaso. Cowes es el centro de regatas más prestigioso de Inglaterra, y quizás del mundo. Está en la Isla de Wight, a orillas del río Medina. En el río se respira tradición náutica. El temporal llegó por la noche, tal y como estaba previsto. Por la mañana había amainado. Volvimos a Portsmouth bajo un cielo amenazador pero sin problemas.

jueves, 22 de enero de 2009

Exposición sobre Darwin

El domingo fuimos con los niños a ver una exposición sobre Darwin en el Museo de Historia Natural, para celebrar el doscientos aniversario de su nacimiento. No está mal, para ser una exposición sobre un científico decimonónico. El problema es que la importancia y la actualidad de la teoría de la evolución te hacen esperar algo especial, pero la vida de Darwin no da pie a nada más espectacular.

Llama la atención su dedicación absoluta a la recogida de datos. A pesar de insistir en que no sabía nada de botánica, mandó a Inglaterra un ejemplar de cada una de las plantas que encontró en su viaje, secas, aplastadas y pegadas en un papel, como hacíamos de pequeños. En su época de estudiante en Cambridge pertenecía a una asociación dedicada a degustar animales que ningún humano hubiera probado hasta entonces. La exposición explica muy bien que algunos fenómenos que ahora consideramos triviales resultaban profundamente misteriosos antes de la teoría de las especies.

Había muchísima gente. El público en su mayoría eran señores y señoras de cincuenta y tantos años, serios, ilustrados y, supongo yo, ateos militantes. La teoría de la evolución ocupa un lugar central en la concepción del mundo del tipo de persona que tengo en mente. En la introducción a El relojero ciego, Richard Dawkins, el sumo sacerdote del ateismo ilustrado en este país, explica que si no fuera por la teoría de la evolución le parecería inevitable creer en Dios. La apariencia de diseño en los seres vivos requiere una explicación, y aparte de la teoría de la evolución, la única explicación disponible es un ser inteligente. Dawkins y sus seguidores se toman la gestión de su sistema de creencias con una racionalidad estremecedora. Yo no soy así. No puedo ni imaginarme que mi actitud hacia lo divino dependiera de un resultado científico. Esto es lo que dicen muchos creyentes. Lo que no es tan habitual es que lo diga un ateo. Está claro que no valgo para filósofo.

Requiem por un sueño


Anoche vimos en DVD Requiem por un sueño, de Darren Aronofsky. No me gusta que las películas sean sobre un tema, y mucho menos que tengan un mensaje. Esta tiene tema y mensaje. El tema son las drogas. El mensaje que las drogas son malas. El tema es interesante, y el mensaje correcto, pero ambos están fuera de lugar en una película (o en una novela, o en un poema).

A pesar de esto, es una película excelente, con un estilo narrativo revolucionario que además funciona. Los actores son muy buenos, y los cuatro personajes principales están representados con realismo y compasión. El final es muy triste, como cabe esperar desde el principio, pero está presentado sin sentimentalismo. Lo que ha pasado ha pasado. Pi también me gustó. Hace mucho que la vi, pero creo que Requiem por un sueño es mejor, a pesar del tema y del mensaje.

lunes, 19 de enero de 2009

Recital de saxofón y piano

El domingo fuimos a un recital de saxofón y piano. Yo toco el saxofón, bastante mal. Casi sólo toco música clásica. Conozco bastante bien el repertorio. No hay muchos conciertos de música clásica para saxofón. Los pocos que hay intento no perdérmelos.

El recital era en el Wigmore Hall. El Wigmore Hall es el templo de la música de cámara en Londres. Hay conciertos casi todos los días, algunos días dos o tres. Es una sala íntima y sencilla. La usan desde músicos de primera línea hasta principiantes. Es uno de mis sitios favoritos en Londres.

El saxofonista era Theodore Kerkezos y la pianista Mei Yi Foo. Kerkezos ha grabado varios discos para saxofón y orquesta con Naxos. El programa era muy atractivo. En la primera parte había tres piezas serias de entre las más importantes del repertorio clásico para saxofón y piano: la Legende de Schmitt, la sonata de Creston y el Lamento et Rondo de Sancan. En la segunda parte había cuatro piezas más pintorescas y efectistas: La Fantasie sour un thème original de Demersseman, Scaramouche de Milhaud, la reducción para saxofón y piano del Concertino cretense de Theodorakis y las Czardas de Iturralde (segunda versión). En cada parte además la pianista tocó una pieza para piano solo, una de Clara Schumann y otra de Ravel.

No cabe duda de que Kerkezos es un saxofonista excelente. Al principio, con Schmitt, el sonido parecía un poco hueco, y el vibrato poco acertado, como si le faltara confianza, pero luego con Creston y Sancan estuvo mucho más convincente. En la segunda parte dio una exhibición de técnica, aunque a las Czardas les faltaba musicalidad, y la Brazileira de Scaramuche iba un poco lenta para mi gusto.

La pianista era impresionante, no solo en las piezas en solitario, sino también como acompañante, tocando con una precisión y una confianza estremecedoras. A veces, sobre todo al principio, no estaba claro quién era el acompañante y quién el solista.

Hicieron un bis con la Pièce en forme de habanera de Ravel. A mi mujer se le ocurrió que a lo mejor la podía tocar con mi hija. Una idea excelente. Me voy a comprar la partitura a ver si es posible.

No recuerdo haber ido a otro concierto en el que conociera las obras tan bien. No cabe duda de que oír música así es una experiencia distinta. Lo pasé en grande.

Club de vela caballo de mar

Tengo mi barco en un embalse que se suele conocer por el nombre de Wesh Harp, el Arpa Galesa. Está en pleno Londres, a un cuarto de hora de casa en coche, cuando no hay tráfico. Se ve brevemente, entre los árboles, desde la North Circular Road, que es un cinturón de circunvalación inmundo. Cuando estás en el embalse ves y oyes el trafico de la North Circular a lo lejos, recordándote la suerte que tienes de no estar allí. La finalidad del embalse es reponer el agua que pierden los canales de Londres por la evaporación o por el uso de las exclusas. Ahora se usa además como reserva de aves acuáticas y para navegar.

Para navegar en el Welsh Harp tienes que ser socio o invitado de uno de los cinco clubes de regatas que comparten el embalse. Yo soy socio del Seahorse Sailing Club. Cuando me decidí a aprender a navegar, hace unos cinco años, no sabía muy bien dónde acudir ni cómo empezar. Primero me apunté a un curso teórico en una escuela de clases nocturnas para adultos. Allí un compañero me habló del Welsh Harp. Primero me hice socio de otro de los clubes, donde aprendí, más o menos, a navegar en vela ligera. Luego me enteré de que en Seahorse había gente que se dedicaba a la navegación de crucero, que era lo que a mi me interesaba. Empecé a navegar con ellos, y al año siguiente me hice socio de Seahorse. Hasta ahora.

La actividad principal del club son las regatas de vela ligera, todos los sábados del año y todos los martes por la noche cuando cambia la hora. A mi eso no me interesa. Lo que me gusta es navegar en el mar o de vez en cuando darme un par de vueltas por el Welsh Harp con alguna de mis hijas. Así que voy poco, pero lo poco que voy me compensa. Conozco a mucha gente, a algunos muy bien, y a muchos de vista. Mucha gente me conoce a mí, mejor o peor, y a mis hijos (mi mujer nunca va). Me siento arropado.

Seahorse es una organización admirable. Todos los jueves por la tarde, cuando los días son más largos y hay luz, los socios dan, o damos, clases gratis de vela a cualquiera que venga y se haga socio. Pueden usar el equipo del club. Una vez que has pasado un examen, puedes sacar los barcos del club cuando quieras. Si tienes tu propio barco lo puedes guardar allí. El club no tiene empleados. Todo lo hacemos los socios, por lo que las cuotas son muy asequibles. Cualquier socio puede participar en las regatas. Si no sabes llevar un barco te buscan quien te saque de proel. Organizan fiestas, barbacoas y actividades para los niños.

Hay miles y miles de clubes como este, dedicados a cualquier actividad imaginable. Son asociaciones privadas, independientes de cualquier estamento público, pero en general abiertas a todo el que quiera participar. Son la columna vertebral del país. Tengo que confesar que no he leído España invertebrada, pero supongo que algo así es lo que echaba en falta Ortega.

El varadero del Welsh Harp. Se ve que hay afición:


La regata del sábado. En verano hay mucha más gente:


El local social de Seahorse es modesto pero agradable, con un bar, una cocina y un salón en el piso de arriba y un taller y vestuarios en el de abajo:


El salón:


El taller. Fred, a la derecha, es un jubilado que te puede arreglar cualquier cosa en el barco. El año pasado celebramos el sexagésimo aniversario, no de su nacimiento, sino de su llegada al Welsh Harp. Todavía navega. Richard, a la izquierda, es el maestro de las regatas. Lo gana todo. Nadie acaba de entender cómo consigue ir siempre un poco más rápido que los demás:

Vela ligera


El sábado salí a navegar en mi barco de vela ligera. La idea fue de mi hija mayor. A ella le atrae la vela. Nunca ha llegado a aprender de verdad, pero no lo hace mal, y de vez en cuando le gusta salir conmigo. A mí pocas cosas me producen más satisfacción que salir a navegar con mis hijas. Sin embargo al final tuve que ir solo, pues a ella no le cabía el traje de neopreno. Ha crecido. En esta época del año, aquí sin traje de neopreno no se puede salir. El agua está muy fría, y en la vela ligera siempre hay que contar con la posibilidad de acabar en el agua.

Si me permitís que simplifique, en la vela ligera tienes tres controles. En una mano llevas la caña del timón para controlar la dirección. En la otra llevas la escota de la mayor, para ajustar el ángulo de la vela mayor a la dirección de la que te viene el viento. El tercer control es tu propio cuerpo, cuyo peso utilizas para contrarrestar la presión del viento sobre las velas y evitar que el barco se vuelque. Cuanto más viento cojan las velas más tienes que sacar el cuerpo hacia barlovento. El ajuste tiene que ser continuo. Si te distraes te vas al agua.

No sé si os acordaréis de la filosofía del bachillerato. Explicaban que para Parménides todo es igual a sí mismo, todo cambio es ficticio y el mundo permanece inmutable en un equilibrio estable, descasando sobre su propio peso. Para Heráclito, por el contrario, todo fluye, nada permanece, y el único equilibrio que existe es el equilibrio dinámico de fuerzas opuestas que efímeramente se contrarrestan. A mí no me cabe duda de que Heráclito tenía razón. Su doctrina es la verdad más profunda y más difícil.

La vela ligera es una actividad heraclítea. El barco sólo se mantiene en pie y avanza cuando equilibras tu cuerpo con el viento. Conseguirlo es una sensación maravillosa, pero no te puedes parar a disfrutarla, pues si te quedas donde estás, el equilibrio enseguida desaparece. Para mantener el equilibrio no puedes dejar de moverte. La bicicleta, el esquí y el patinaje sobre hielo también son actividades heraclíteas, aunque no tanto. Todas me gustan.

Navegar me produce tensión. Es como un desafío pre-intelectual que el cerebro tiene que afrontar con recursos animales que yo no tengo ocasión de usar en mi vida diaria. No es una sensación agradable, pero de vez en cuando siento la necesidad de poner en funcionamiento ese aspecto de mi ser. Luego siempre me alegro.

lunes, 12 de enero de 2009

Cena con amigos

El sábado fuimos toda la familia a cenar a casa de Carrie y Stephen. También vinieron Bernie y Hitham con sus hijas. Stephen es medio danés, Hitham es egipcio y Bernie irlandesa. 25% de sangre inglesa: típica reunión londinense.

Carrie, Stephen, Bernie y Hitham tienen la fortuna de sentirse afortunados, por su salud, por sus hijos, por su prosperidad… No cabe duda de que son afortunados. Sé que nosotros también lo somos, pero no es lo mismo saberlo que sentirlo. Ellos lo sienten.

Carrie y Stephen vivían antes muy cerca de nosotros, pero hace un par de años se mudaron al centro de Muswell Hill, a una casa victoriana enorme y preciosa, en una zona muy cotizada. Han pasado un año entero reformándola de arriba abajo, viviendo rodeados de cajas, polvo, herramientas y obreros húngaros. Acaban de terminar. Han dejado la casa a la última, sin descuidar ningún detalle.

Se merecen todo lo que tienen. Han trabajado como mulas para conseguirlo, ella de administradora en la consulta de un médico de cabecera, y él vendiendo ordenadores por todo el mundo, hoy Colorado, mañana Namibia…

Esta era su primera fiesta tras la reforma. Carrie estaba muy orgullosa y un poco conmovida. Siempre ha estado dispuesta a hacer partícipes de su felicidad a quienes no la miran por encima del hombro. Yo se lo agradezco de verdad. Hizo tres currys distintos, de pollo, de cordero y de verduras, en su nueva cocina con sus nuevos libros de recetas.

Los hombres pasamos gran parte de la velada en la sala de juegos que han puesto en el sótano, jugando unos al billar y otros al Call of Duty, en una pantalla de plasma descomunal.

sábado, 10 de enero de 2009

Miel silvestre

Anoche fuimos a cenar a Wild Honey con nuestros amigos Susan y Stephen. Es un restaurante sensacional, sin excesivas pretensiones, pero indudablemente alta cocina. Yo tomé de primero ensalada caliente de alcachofas y remolacha. Hubiera jurado que no era posible preparar un plato tan interesante con esos ingredientes, lleno de sabores insospechados. La consistencia de las alcachofas no me resultaba familiar. Recordaban a las castañas de agua de la cocina china. De segundo tomé liebre asada con endivia gratinada, Spätzle y granada. La liebre estaba perfectamente cocinada: casi churrascada por fuera y casi cruda por dentro. Los Spätzle son un tipo de pasta de huevo alemana que yo he visto hacer a mi amiga Sabine apretando la masa por los agujeros de un colador dejándola caer sobre un cazo de agua hirviendo. Los de Wild Honey eran claramente caseros, y con la granada, la endivia, unas verduras picadas y la salsa de la liebre estaban para chuparse los dedos. De postre tomé una especie de macedonia alternativa con clementina, granada, membrillo y ruibarbo, con un sorbete de naranja y un almíbar celestial. Es el mejor postre que tomo desde el que hacen con yogur, pistachos y granada en Moro. Nos bebimos dos botellas de Pic Saint Loup, un vino robusto del Langedoc que, curiosamente, también bebimos en otro restaurante la última vez que salimos con Susan y Stephen. El servicio es atento, agradable y profesional, aunque la verdad es que no se siente el suave murmullo de un motor bien engrasado que emite el servicio de los mejores sitios. Es la segunda vez que voy. La primera vez comí igual de bien, una bouillaibaise excelente y helado de miel silvestre. Espero volver muchas veces más. El precio, unas cincuenta libras por barba con vino, es lo menos que se puede esperar en Londres por comida de este nivel.

Susan y Stephen son buenos amigos. Siempre estamos muy a gusto con ellos. Nos conocemos por el colegio de los niños. A él es difícil pillarlo. Dirige una editorial que publica libros en muchos países y pasa más tiempo en India, China y Singapur que en Londres, y ahora además tienen una casa de vacaciones en Italia. Una de sus pasiones es la arquitectura de Palladio. Cuando cumplió cincuenta años alquiló una casa de campo de Palladio en el Veneto, y nos invitó con un grupo de amigos a pasar unos días. Fue un fin de semana inolvidable.

viernes, 9 de enero de 2009

La vida del filósofo

En su autobiografía, Bertrand Russell nos proporciona la siguiente descripción de su actividad filosófica durante un periodo difícil de su carrera intelectual:
Cada mañana me sentaba enfrente de una hoja de papel en blanco. Durante todo el día, con una breve pausa para comer, miraba la hoja en blanco. A menudo cuando llegaba la noche la hoja todavía estaba vacía […] parecía perfectamente posible que el resto de mi vida se consumiera mirando a esa hoja en blanco.
Aunque sé que a muchos os parecerá una broma, es una descripción bastante exacta de gran parte de mi propia actividad laboral. Por supuesto hago muchas otras cosas. Preparo clases, las doy, pongo exámenes, los corrijo, dirijo tesis, las examino, hago informes para revistas y editoriales, voy a alguna que otra reunión… Sin embargo en mi esquema mental todas estas actividades son periféricas, cosas, más o menos agradables, que tengo que hacer a cambio del privilegio de sentarme enfrente de una hoja en blanco y pensar.

¿Pensar en qué? No voy a aburriros con los detalles. Hay una serie de ideas que quiero desarrollar, preguntas que quiero contestar y aparentes contradicciones que quiero resolver. Están todas conectadas unas con otras. No podría delimitarlas de manera definitiva, pero yo siempre sé cuándo estoy pensando en lo que tengo que pensar.

Estas nebulosas conceptuales a veces se solidifican lo suficiente como para permitirme escribir algo. Preferiría que ocurriera más a menudo, pero no soy un escritor. Mi objetivo no es encontrar cosas interesantes que escribir, sino desarrollar mis ideas, contestar mis preguntas y resolver mis contradicciones. Si esta actividad me da algo de que escribir, tanto mejor.

Lo que escribo son ensayos para revistas académicas de filosofía, de unas treinta páginas de extensión. Cuando escribo uno, lo mando a una revista. Normalmente el director de la revista se lo manda a un par de expertos para que den su opinión, y cuando ha recibido estas opiniones decide si publicarlo o no. Estas decisiones son unas de mis mayores fuentes de ansiedad. Siempre estoy esperando el dictamen de alguna revista sobre uno o más de mis ensayos. Es la razón principal por la que miro mi correo electrónico constantemente. La decisión es negativa más a menudo que positiva. Casi siempre que una revista ha aceptado uno de mis ensayos otras lo habían rechazado con anterioridad. Las decisiones negativas me dejan muy mal sabor de boca. Ayer recibí una.

Esperar a que mirar a la hoja en blanco me de algo que escribir, y cuando esto ocurre esperar a que decidan si me lo van a publicar: estos son los dos aspectos más desagradables de mi vida profesional. A veces, cada vez más, me pregunto si me habré equivocado. Quizás fuera más feliz haciendo otra cosa, no sé qué, algo que me diera dinero, prestigio o poder. O quizás, siendo filósofo, debería haber enfocado mi trabajo de otro modo, escribiendo para el mercado. Supongo que la triste realidad es que no me he equivocado en nada, que si hubiera tomado otras decisiones no hubiera llegado más lejos de lo que he llegado, porque no doy más de si. Y haciendo lo que hago como lo hago por lo menos tengo la sensación, sin duda ficticia y un poco ridícula, pero no por ello menos reconfortante, de no haberme vendido.

martes, 6 de enero de 2009

Tenis

Mi mujer y yo hemos empezado a jugar al tenis. Ha sido idea mía, aunque ella quería desde hace mucho que hiciéramos algún deporte juntos. Cuando vivíamos en América intentamos jugar al squash, pero no funcionó, porque yo jugaba mucho mejor que ella. Yo llevaba tiempo jugando y ella acababa de empezar. Yo no he jugado al tenis nunca. Ella jugó un poco en América.

Vamos a unos campos de tenis de asfalto que hay en un parque al lado de casa. También hay un club de tenis sobre hierba a la vuelta de la esquina. Si cuando llegue el verano hemos aprendido algo iremos allí. No me suele gustar empezar actividades nuevas sin tomármelas en serio, pero creo que en este caso merece la pena hacer una excepción. Tengo dos razones.

La primera es que tenemos que ponernos un poco en forma. Para esto hay una cierta urgencia. Vamos a ir a esquiar en febrero, después de tres años sin ir. Yo el único ejercicio que hago es ir en bicicleta, y hay un par de músculos que no se ejercitan con la bicicleta pero que, si no recuerdo mal, son imprescindibles para esquiar.

La segunda es que creo que será una buena terapia de pareja. Cuando jugamos experimento en primera persona la situación típica de los libros de terapia cognitiva. Me parece que mi mujer juega muy mal y me siento tentado a explicarle cómo se hace. Sin embargo al mismo tiempo entreveo que si contáramos cuántas veces fallamos probablemente descubriríamos que yo fallo por lo menos tanto como ella. A la objetividad por el tenis.

Corte de pelo

El sábado por la mañana fui con mi hijo a que nos cortaran el pelo. Fuimos donde voy siempre, a una peluquería de Muswell Hill que se llama Alex and Jimmy. La llevan tres chicos de origen greco-chipriota, dos hermanos y un primo. Son tres maestros de la ironía. Además de cortar el pelo bien, proporcionan un torrente interminable de crítica socio-cultural. Su clientela consiste principalmente en el típico habitante de Muswell Hill, liberal con dinero, que suele ser el objeto principal de su ironía. A los clientes les encanta el juego, y toleran gustosos que las bromas, aunque discretas, sean en último extremo a su costa. Los peluqueros a veces pasan del inglés al griego sin solución de continuidad. Pagaría por entender esos trozos de la conversación. Sólo cortan el pelo a hombres, pero muchas mujeres, liberales con dinero, vienen a traer a sus hijos, curiosamente orgullosas de codearse con los peluqueros de Alex and Jimmy. Siempre que voy acabamos hablando de filosofía de cachondeo. Durante meses uno me planteaba versiones cada vez más enrevesadas y descabelladas del dilema del prisionero. Un día me propusieron cortarme el pelo al estilo de Kierkegaard. Siempre me lo corto igual, al uno por los lados y por detrás y un poco más largo por arriba. A lo mejor me quedaría mejor de otra manera, pero no me gusta cambiar sin necesidad. De todos modos siempre tardo mucho en ir y acabo llevándolo más largo.

Fiesta en Harrow

El sábado fuimos a una fiesta en casa de mi amigo David. Conocí a David en St Andrews en 1987. Yo acababa de salir de España y él acababa de salir del sureste de Inglaterra. Los dos estábamos igual de desorientados. Vivíamos en habitaciones contiguas en una residencia de estudiantes de postgrado. Los dos estábamos haciendo un master en filosofía, él en el Departamento de Filosofía Moral y yo en el de Lógica y Metafísica. David me introdujo al mundo de la cerveza inglesa, uno de los puntos de referencia de su vida.

David había hecho la carrera en la City of London Polytechnic, que ahora se llama London Metropolitan University. Antes de ir a St Andrews había trabajado en los servicios sociales de un ayuntamiento. Después de St Andrews hizo un doctorado en ciencias políticas en Southampton. Al terminar no consiguió encontrar trabajo estable en una universidad, así que decidió hacer un curso de capacitación para dar clases en colegios.

Desde hace unos años trabaja en Harrow School. Es uno de los dos o tres colegios internos más exclusivos del país. Se fundó en el siglo XVI, y entre sus antiguos alumnos hay gente como Lord Byron, Churchill y otros seis primeros ministros, o el rey Hussein de Jordania. Cuesta unas 30.000 libras al año. Acaban de nombrar a David “Master” de una de las casas en las que está dividido el colegio. Con el cargo viene una vivienda en las dependencias de la casa, con salones inmensos y vistas maravillosas. Allí era la fiesta.

Yo nunca había estado allí. Curiosamente para este tipo de colegio, no está en el campo, sino en un barrio de Londres. Sus instalaciones están en la vía pública, sobre una colina. Como cabe esperar, es muy bonito.

David vino a nuestra boda en Madrid en 1988. Nosotros fuimos a la suya en Durham en 1994, recién llegados a Inglaterra. Anna, su mujer, es una jamaicana inteligente, agradable y guapísima. Antes era profesora de ciencias políticas en Durham. Ahora es investigadora en la Cámara de los Comunes. Cuando todavía vivíamos en Birmingham fuimos al bautizo de su primer hijo en Saffron Walden. Cuando nació el segundo ya vivíamos en Londres. Lo conocí recién nacido en la unidad de cuidados intensivos de un hospital infantil cerca de mi trabajo. Nació con problemas serios y parece que se salvó por los pelos. Luego fuimos a su bautizo en Winchester, donde vivían entonces, pero nada más llegar nos tuvimos que volver porque nuestro hijo cogió la varicela.

En la fiesta Anna llevaba unas botas de ante rojo muy altas y de mucho tacón que le había regalado David por su cumpleaños. Eran todo lo provocativas que pueden ser unas botas sin dejar de ser elegantes. Al final de la fiesta varias mujeres, incluida la mía, se turnaron para ponérselas y bailar con ellas. Qué delicia.

Los que conozcáis el sistema educativo inglés sabréis que el trayecto de la City of London Polytechnic a House Master en Harrow School es un ascensión meteórica e improbable. Estoy muy orgulloso de mi amigo David.

lunes, 5 de enero de 2009

Reflex digital

Hace un par de meses me compré una reflex digital, una Nikon D40. Estas vacaciones me he dedicado a aprender a usarla, y ahora por fin me la conozco más o menos.

Antes tenía un equipo reflex Minolta, con dos cuerpos y varios objetivos, de enfoque manual. En el 2002, nada más nacer nuestro tercer hijo, se me estropeó el cuerpo que todavía funcionaba. Como había que hacer fotos del bebé, me compré deprisa y corriendo una cámara digital compacta, una Fuji. Un par de años después murió la Fuji y me compre otra cámara digital compacta, esta vez una Canon, que todavía funciona.

Nunca me compenetré con esas cámaras. No me parecían serias. Además la postura de fotógrafo digital, con los brazos extendidos delante de ti, sujetando la cámara entre los índices y los pulgares con las palmas hacia fuera, me parece un poco ridícula.

Sin embargo las reflex digitales parecen tan atractivas como las reflex de antes, con muchas ventajas adicionales. Me siento preparado para re-encontrarme con la fotografía. A juzgar por las hordas de turistas en Madrid, muchos otros están en mi situación. Raro era el que no llevaba una reflex digital colgada del cuello.

Ahora quiero empezar a hacer fotos en RAW, pero primero tengo que encontrar una manera de editarlas. El problema es que en el ordenador que monté tengo la versión de Vista de 64 bits, y de momento no parece haber manera de editar RAW en este sistema. También tengo instalado XP en ese ordenador, pero en un disco duro que saqué de un ordenador viejo en el que no cabe nada. Acabo de encargar otro disco duro para solucionar este problema.

... y Navidad en Zaragoza

El día de Navidad por la mañana nos fuimos a Zaragoza, a pasar unos días con mi madre y con mi hermano y su familia. También vimos mi padre y a su familia.

Viví en Zaragoza entre los nueve y los dieciocho años. Si se es de donde se hace el bachillerato, yo soy zaragozano. Nos fuimos de Madrid a Zaragoza por el trabajo de mi padre. Además mis padres creían que en ese momento les convenía un cambio de aires. Yo al principio lo pasé muy mal, pero acabé sintiéndome más aragonés que nadie: manifestaciones pro-autonomía, cantautores, el Andalán... incluso fui a clases de fabla aragonesa. "Aragon ye nazion" era una de mis frases favoritas. Ahora de todo eso me queda muy poco.

Vimos la exposición sobre Goya y el mundo moderno. Incluye obras de Goya y de artistas menos conocidos de su época, así como otras más recientes que ilustran la influencia de Goya sobre el arte contemporáneo. El mensaje central parece ser que Goya es una de las fuentes de la irrupción de lo irracional en el arte. Yo no sé si este es el aspecto más importante del valor de Goya como pintor. De todos modos la exposición es interesantísima. Establece conexiones que enriquecen la comprensión de las obras. Si estuviera en un centro turístico más prominente habría largas colas en la puerta.

En la exposición nos juntamos, más o menos por casualidad, con filósofos de Madrid, Barcelona y Valencia, y nos fuimos a comer a Casa Emilio. Casa Emilio fue durante mucho tiempo la base de operaciones de los progresistas de Zaragoza. Eso ahora es historia, pero sus comedores conservan el espíritu de esa época. No es un sitio perfecto. Los camareros pueden ser ariscos, como si sólo se sintieran en la obligación de servir a los clientes de siempre, y la elaboración a veces es mediocre. Para mi el valor de Casa Emilio está en su selección irrepetible de guisos tradicionales sofisticados y exquisitos: perdiz escabechada, estofado de conejo, pepitoria, cardos con almendras, fritada, borraja... Es una tradición culinaria de un valor inmenso, tristemente infravalorada. Por si fuera poco los precios son de risa. Hasta el tinto de la casa, de Daroca, estaba bueno. Si me pillara más cerca comería ahí todos los días. Tengo entendido que una inmobiliaria quiere que se vayan para construir viviendas nuevas. Ojalá no pase nunca.

Una mañana salí con mi hermano a dar una vuelta en bicicleta por los alrededores del Ebro, entre el nuevo Parque del Agua y el azud que han construido río abajo, criticado por los ecologistas. Me parece que las obras para facilitar el acceso a las márgenes del río son lo mejor que se ha hecho en Zaragoza en mucho tiempo.

Otro día mi hermano nos llevó a un bar de tapas fabuloso. Se llama Hermanos Teresa. Está en el Barrio de San José, que es una zona modesta y sin pretensiones. Por fuera y por dentro es el típico bar de barrio. Pero en este entorno tan poco prometedor se esconde una verdadera joya. Sirven una selección de tapas creativas a cuál mejor. Y a pesar de la aglomeración el servicio es excelente, agradable y profesional.

Resulta conmovedor cuando alguien aspira a estándares mucho más altos que los que le vienen impuestos desde fuera. Estos señores podrían ganarse la vida vendiendo pinchos de tortilla de patata revenida y raciones de ensaladilla con mayonesa de bote, pero han decidido deleitarnos con sus croquetas de borraja o sus pinchos de morcilla con salsa de pacharán. Admirable.

El último día nos juntamos con la familia de Barcelona. Mi tía conoció a mi tío en los 60 en Madrid. Ella es madrileña, como toda mi familia. Mi tío estaba en Madrid en las milicias universitarias, pero es de un pueblo del Bajo Aragón, y probablemente estaría allí todavía de no ser por mi tía. Cuando él le propuso a ella casarse, ella dijo que sí, pero que no quería irse a vivir a un pueblo. Así que se fueron a Barcelona, donde mi tío había hecho la carrera y podía establecerse. Allí prosperaron y echaron raices. Yo pasé con ellos muchos veranos de mi infancia y adolescencia. Me gusta verlos.

Nochebuena en Madrid...

Estas navidades, como todos los años, hemos ido a Madrid, a casa de mis suegros. Entre Nochebuena y Nochevieja he cenado con siete de mis ocho cuñados y cuñadas, seis de mis siete concuñados y concuñadas y catorce de mis diecisiete sobrinos. En estas situaciones no suelo estar a la altura de las circunstancias, aunque hago lo que puedo.

Nací en Madrid, en el barrio de la Elipa. Allí viví hasta los nueve años. Luego, entre los dieciocho y los veintitrés volví a Madrid para la carrera. Catorce años en total.

Me gusta andar por Madrid. Casi todo me resulta familiar, a pesar de los cambios. La geografía de Madrid encierra más significados para mi que la de ningún otro sitio. Disfruto repasándolos sobre el terreno.

Quizás lo mejor del viaje fue nuestra velada anual con Gonzalo y Mari Angeles. Son los amigos más viejos que conservamos. Ella fue al colegio con mi mujer. Yo los conozco desde la universidad. Vimos La comedia nueva o el café, de Moratín, en el Teatro Pavón. Luego fuimos a cenar de raciones a Los Arcos. Acabamos tomando unas Caipirinhas en Huertas. Inmejorable.

Mi mujer, Mari Angeles y sus demás amigas del instituto esparcidas por la universidad fueron para mi, hace veinticinco años, lo que Albertine, Andrée, Gisèle y las demás habían sido para Marcel.

Me ha llamado la atención el avance de la peatonalización de Madrid. La Cuesta de Mollano y Arenal son peatonales. Y en Fuencarral, entre Quevedo y Bilbao, la calzada ha perdido dos carriles en favor de la acera. Nadie es más anti-coche que yo, pero me produce cierta aprensión que las ciudades parezcan cada vez más parques temáticos.