jueves, 6 de agosto de 2009

La sexta de Mahler

Anoche fuimos a otro prom, con la Orquesta Filarmónica de la BBC dirigida por Gianandrea Noseda, y la sexta sinfonía de Mahler de plato fuerte. Hace unos años sentía devoción por Mahler y estudié sus sinfonías bastante a fondo. La sexta es mi preferida. Todas las demás tienen algún movimiento flojo. En la sexta todos son memorables. El único defecto es estructural. Mahler cambió de opinión sobre el orden del segundo y el tercer movimiento, y la verdad es que ninguno de los dos órdenes posibles es ideal, como cuando estás intentando montar algo y siempre acabas con piezas que no encajan. Creo que prefiero el movimiento lento antes que el scherzo. Anoche los tocaron al revés.

La interpretación me pareció fabulosa, clara y enérgica, mucho mejor de lo que me esperaba de una orquesta sin demasiado renombre. Las cuerdas no tenían la suavidad satinada de las grandes orquestas, pero a lo mejor la culpa era de la acústica de la sala. El tema de Alma en el primer movimiento lo tocaron un poco más rápido de lo que esperaba. Yo siempre he creído que ese tema debía interrumpir el ritmo imparable, como de movimiento perpetuo, de la música que lo precede. Anoche no lo conseguía del todo, pero sonaba bien, y a lo mejor Noseda tiene razón.

La admiración por Mahler se me ha pasado un poco. Creo que le pasa a mucha gente. No sé la razón y me gustaría saberla. Creo que su expresión es exagerada, sin comedimiento, aunque no estoy seguro de por qué me parece que esto sea un defecto. No es que exprese más de lo que siente, sino que siente más de lo que debería, como si le faltara entereza. A pesar de la belleza indudable de la música, me siento reacio a entregarme.

Después entramos a cenar en un sitio nuevo que se llama Casa Brindisa. Brindisa es desde hace tiempo uno de los dos importadores principales en Londres de productos alimenticios españoles de calidad. Son proveedores de restaurantes y tienen un puesto para el público en Borough Market y una tienda en Exmouth Market. Tienen un surtido enorme de productos españoles de primera categoría. La última vez que fui a Borough Market tenían un par de tarimas paralelas. En cada una había un dependiente cortando lonchas de un jamón, uno de Jabugo, y el otro de Teruel. Te ponías en una cola o en otra, según tus preferencias. Me recordaba a las dos iglesias que hay en Berlín una junto a otra, una francesa y otra alemana.

Hace unos meses han abierto Casa Brindisa, que además de una tienda de alimentos tiene un restaurante informal, y allí cenamos de lo que aquí llaman tapas, pero en realidad son raciones. Tomamos pimientos de padrón, pimientos de piquillo rellenos de berenjena, una ensalada muy rica de remolacha y queso azul, puré de patata con almendras tostadas y pimentón de la Vera y un excelente pulpo a la gallega. Me tomé dos vasos de Alaia, un tinto de una uva leonesa que se llama prieto picudo a la que me introdujo un filósofo gallego el año pasado. Es un vino original y delicioso. Casa Brindisa es un sitio fabuloso para comer cosas buenas de España. El ambiente es acogedor y el servicio es ejemplar. Los domingos hacen paella de encargo ¡en South Kensington! El lado bueno de la globalización.

Casa Brindisa, London

35 Rhums


El martes fuimos a ver 35 Rhums, la última película de Claire Denis. Presenta la vida cotidiana de un padre viudo, conductor de metro y su hija universitaria, que viven juntos y tienen una relación muy estrecha y cariñosa. La película se centra en el momento de sus vidas en que se dan cuenta poco a poco de que ha llegado el momento de disolver el fuerte vínculo que les ha unido hasta ahora y contemplar cada uno un futuro independiente.

Es el tipo de película que me suele gustar, de las que intentan representar la vida de las personas tal como es, arbitraria, sin estructura, una sucesión de acontecimientos aleatorios que no obedecen a ningún plan, en torno a los cuales nos intentamos inventar una semblanza de sentido. Pero todo se puede hacer bien y mal y a mi no me parece que Claire Denis lo haga muy bien, tampoco muy mal, pero ciertamente no muy bien. La arbitrariedad de la vida, en su película, se experimenta más como la arbitrariedad de la directora, que toma decisiones incomprensibles sobre qué contarnos y qué no. Los personajes masculinos carecen de toda naturalidad, entorpecidos por una excesiva dignidad. Recuerdan a los fríos pistoleros de las películas del oeste. Denis también tiene una tendencia exageradamente esteticista, aunque aquí más moderada que en Beau Travail, que obstaculiza el realismo al que parece aspirar. Tampoco me gustaron las insinuaciones repetitivas de la dimensión erótica de la relación entre padres e hijas. No es una mala película, y no cabe duda de que es una película honesta, pero para mi no da la talla. Vendrerdi soir, de la misma directora, sin ser excelente, es mucho mejor.

La vimos en el Prince Charles Cinema, al lado de Leicester Square. Es un cine alternativo en la zona menos alternativa de Londres. Ponen películas distintas todos los días y es muy barato, aunque ahora han añadido una segunda sala con películas de estreno a precios de mercado. Tiene una tradición insólita: proyecciones mensuales de Sonrisas y lágrimas en las que el público puede cantar.

Antes del cine entramos a cenar un poco al azar a un restaurante coreano en el barrio chino llamado LIKO (Little Korea), que resultó ser excelente. Cuando vivíamos en los Estados Unidos teníamos amigos coreanos y a menudo tomábamos bibimbap a medio día. Desde entonces la comida coreana nos trae recuerdos agradables. LIKO es un resturante excelente. La decoración es bastante cutre, pero el servicio es profesional y diligente, y la comida es fabulosa. De primero tomamos sepia cruda con brotes de soja fermentados y salsa de soja y wasabi. De segundo yo tomé una sopa/estofado sabrosísima de kimchi, tofu y carne de vaca. Tirado de precio. Volveremos.

Esta semana estamos en Londres sin niños, por primera vez en la vida. Trabajamos todo el día y salimos por las noches, cada noche. Es como hace veinticinco años, o mejor.

martes, 4 de agosto de 2009

Exposición de Richard Long


El domingo fuimos a ver la exposición del Richard Long en la Tate Britain. Richard Long es un artista inglés peculiar, del que yo no sabía apenas nada hasta el domingo. Ha producido tres tipos de obras. El primero consiste en pequeñas intervenciones sobre el paisaje registradas en fotografías, como por ejemplo un círculo de piedras en un descampado o una línea recta en una llanura polvorienta formada por su ir y venir arrastrando los pies. El segundo consiste en excursiones a pie basadas en ideas abstractas, registradas de varias maneras, principalmente con textos escuetos, casi telegráficos. El tercero consiste en obras presentes en la galería formadas con objetos tomados del paisaje, como un círculo de piedras en el suelo o unas franjas paralelas de barro embadurnado en la pared.

No creo que esta descripción comunique de manera adecuada la grandeza del arte de Richard Long. Sus obras son profundamente conmovedoras. Transportarte al lugar y el momento en que ocurrieron los insignificantes acontecimientos paisajísticos en que están basadas produce un efecto maravilloso sobre el espíritu.

Sus excursiones surgen de proyectos abstractos de gran belleza: andar en dirección este hasta que veas una nube, o recorrer Inglaterra a pie de costa a costa cogiendo cada día una piedra del camino y dejando en su lugar la que cogiste el día anterior, hasta tirar la última al mar. Pero tan importante como la belleza de los proyectos es el hecho de que los ha ejecutado. Ha caminado paso tras paso, día tras día, durmiendo prácticamente al raso, hasta completar el trayecto establecido, para luego hacerte partícipe de la experiencia con los bellos textos epigramáticos que la registran. Sus travesías son ritos sacramentales que purifican y te permiten acceder a una verdad inexpresable.

Las paredes de la exposición y el catálogo están llenos de proclamas y pronunciamientos. En las exposiciones de otros artistas estos textos suelen ser deplorables, pero los de Long son excelentes. Éste está en la última sala:
Mi obra en realidad es simplemente sobre ser un ser humano viviendo en este planeta y usando la naturaleza como fuente. Me gusta el placer intelectual de las ideas originales y el placer físico de realizarlas. Una larga caminata por carretera o campo a través es fundamentalmente andar todo el día y dormir toda la noche. Disfruto los placeres sencillos de encontrarme bien, la independencia, el oportunismo, comer, dormir, la casualidad, de pasar por la tierra, a veces dejando por el camino huellas (memorables), de encontrar un lugar donde acampar cada noche. Y luego seguir camino.
Antes y después de la exposición estuvimos paseando por ambas márgenes del río. El Támesis a su paso por Londres es majestuoso. Comimos en la terraza de un restaurante que se llama Aqua River Brasserie, en la orilla del río. Ubicación inmejorable. Comida del montón. Servicio lento e incompetente.

Battersea Power Station (behind her back)

sábado, 1 de agosto de 2009

Dos proms más


El martes la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Birmingham, que fue durante años mi orquesta local, y ayer viernes la Orquesta de Cámara Escocesa. Los de Birmingham tocaron una obra del compositor inglés contemporáneo John Casken, el segundo concierto de piano de Chaikovski y El pájaro de fuego, de Stravinsky. Los escoceses tocaron Pulcinella de Stravinsky, el concierto de piano de Schumann y la quinta sinfonía de Mendelssohn. De todas estas obras, la única que había oído antes es la de Mendelssohn. Tanta música seguida, después del concierto del viernes pasado, me ha proporcionado una oportunidad excelente para el autoconocimiento: ¿Qué música disfruto de verdad?

De este repertorio lo que menos me interesó fueron los conciertos de piano. En general me parece que la combinación de los sonidos del piano y la orquesta no funciona. Me produce una sensación similar a estos híbridos horrorosos de guitarras eléctricas con secciones de cuerdas. Y en particular en el concierto de Schumann no vi nada de interés, nada que me dejara con ganas de volver a oírlo. El de Chaikovski era un poco mejor. El primer movimiento confirmó mi estereotipo negativo de Chaikovski, con su triunfalismo superficial y vacío. Sin embargo los dos siguientes me gustaron más, sobre todo el segundo, con unos diálogos delicados entre los violines y los cellos.

De Stravinsky sólo había oído hasta ahora La consagración de la primavera, que es sin ninguna duda una de las mejores obras de la música de todos los tiempos. Lo que he oído esta semana no está ni mucho menos a ese nivel. El pájaro de fuego me gustó. El lenguaje es similar al de La consagración de la primavera, aunque con menos fuerza y creatividad rítmica. La orquestación es muy holgada y agradable, con los temas principales a cargo de los vientos, y las cuerdas en segundo plano. Al principio la música es muy tentativa, y al rato empieza a sufrir de la falta de estructura típica de la música para ballet y ópera, pero poco a poco va adquiriendo inercia y vitalidad. Pulcinella es otro cantar. Es un claro precursor del pastiche postmoderno. Empieza con una imitación del barroco, que poco a poco se va convirtiendo en caricatura. Me parece que como partitura para ballet debe de funcionar muy bien. Me la imagino, por ejemplo, en manos de William Forsythe. Pero como música para sentarte a escuchar para mí no da la talla.

La obra de Casken me gustó. Esta idea de que ya no se puede hacer nada nuevo en música o en pintura me suele llenar de tristeza. Probablemente sea verdad, pero sería una pena, un poco como si se extinguiera el bacalao: una cosa buena que ya no podremos disfrutar más. Sin embargo oír música del estilo de la de Casken me devuelve la esperanza. Seguramente la impresión de novedad que me produce se debe a mi ignorancia, pero como impresión es perfectamente real.

Por último Mendelssohn. Siempre he sido un abanderado de las vanguardias artísticas, tanto en la música como en las artes plásticas. Me gustaría ir a conciertos a oír obras nuevas, no a rendir culto al canon decimonónico. Sin embargo tengo que confesar que la quinta sinfonía de Mendelssohn me ha producido más placer que ninguna de las otras obras que he oído estos dos días, por su invención melódica, su claridad de estructura y, sobre todo, por el viaje maravilloso en que te embarca por la constelación de las tonalidades, llevándote aquí y allá caprichosamente pero con un plan, haciéndote sentir las tensiones y los saltos entre dónde estás, de dónde vienes, adónde vas y dónde crees que tendrías que estar. Este sí que sé que es un juego agotado. Ya no se puede escribir música así, pero es indudablemente que la sinfonía clásica alemana, digamos desde Beethoven hasta Bruckner, es uno de los tesoros de la cultura occidental. Por una vez estoy de acuerdo con la mayoría.

Espectadores de las localidades de pie en el descanso del concierto de anoche