miércoles, 21 de julio de 2010

La bolsa


La semana pasada, por primera vez en mi vida, compré acciones. Cuarenta y cinco acciones de una multinacional minera. Mil cuatrocientas libras. Hasta hace nada este mundo me era totalmente ajeno. Ahora es la actividad sustitutoria hacia la que gravito con más frecuencia cuando debería estar trabajando.

Hace unos años los que tenían acciones podían mirar cada día en el periódico la cotización del día anterior. Ahora tienes en la pantalla de tu ordenador información constante y casi inmediata. La curva de la cotización del día se va dibujando poco a poco delante de tus ojos, para arriba, para abajo, a veces titubeante, a veces con decisión. Hacia la izquierda el pasado, inapelable. Hacia la derecha el futuro, todavía oculto, pero a efectos prácticos casi tan inapelable, pues aunque vendiera mis cuarenta y cinco acciones, o comprara otras cuarenta y cinco, la línea apenas cambiaría. El significado de lo que ya está trazado siempre queda en suspenso, pendiente de lo aún por trazar. Una pequeña subida puede ser el comienzo de una larga pendiente ascendente, o el último repunte antes de una caída espectacular.

Y según hacia dónde se dirija la línea tú ganas o pierdes dinero. Fascinante. Por un lado no puede haber nada más distante del mundo real. Por otro lado nada es más real. Con mi dinero habrán comprado una taladradora (pequeña) para una mina de manganeso en Kazakstán, o algo así.

Me gustaría saber más. Me atrae el aspecto técnico del análisis de gráficos: aprender de la parte de la línea que ya está trazada la forma de lo que queda por trazar. ¿Será posible? Ir más allá del aspecto formal cuantitativo e investigar los sectores y los negocios en los que invertir ya me apetece menos. Requiere estudiar los documentos que producen las consultorías para los inversores, llenos de palabrería, redactados en un estilo repugnante, ilustrados con imágenes ridículas e impresos en un papel con una textura y olor muy característicos. Una de las ventajas de mi trabajo es que suelo poder evitar cualquier contacto con este género literario. Luego están los libros sobre cómo invertir, no menos odiosos, escritos por señores americanos que te explican con orgullo cómo pasaron de ser tan miserables como sus lectores a amasar una gran fortuna, y te aseguran que tú también lo puedes lograr, si sigues sus instrucciones.

Este es un interés que preferiría no tener. No puedo hacerlo desaparecer, pero espero que se me pase pronto.