jueves, 9 de abril de 2009

Los minutos de Siobhan Davies

Ayer fui a la galería de Victoria Miro para ver una exposición que incluía una representación coreografiada por Siobhan Davies. Esta galería tiene un gran renombre en el ámbito del arte contemporáneo londinense, que yo sólo conozco como espectador ocasional. Ocupa dos edificios contiguos en una de esas zonas de Londres que habían sido polígonos industriales en el siglo XIX pero la desindustrialización y las bombas alemanas habían convertido en ciudades fantasmas, hasta que los artistas, y luego los yuppies, repararon en el potencial y el carisma de edificios que habían alojado en su día almacenes y fábricas. Londres está lleno de barrios así, sobre todo hacia el este y en torno a lo que era hasta hace no mucho tiempo el puerto comercial. Los resultados son a menudo excelentes. La galería de Victoria Miro es un buen ejemplo de este proceso de reconversión.

La exposición que fui a ver consistía en una serie de obras del género instalación, todas agradables e interesantes. La que más me gustó fue una obra de Sarah Sze, consistente en un gran número de pequeños objetos colocados en el suelo, en una esquina, como un mundo en miniatura.

Pero lo que yo iba a ver era una obra de la coreógrafa Siobhan Davies que se representaba continuamente durante las horas de apertura de la exposición. Davies es una de las coreógrafas más prestigiosas de este país. La representación tenía lugar en una sala inmensa y llena de luz en un ático añadido a uno de los edificios de la galería. Los bailarines eran dos parejas y un hombre solo, además de la propia Davies, que observaba la representación desde una esquina como un espectador más, excepto que tenía un cronómetro en la mano y contaba los minutos en voz alta, aunque no parecía importarle si se le oía o no. Los bailes eran bellísimos. Exploraban gestos corporales, interrumpidos repentinamente, repetidos muchas veces, invertidos y descontextualizados hasta que adquirían una vida independiente de su significado original. Las palabras de los bailarines recibían un tratamiento similar, con textos leídos tan rápido que no se podían entender, y frases con las palabras recombinadas aleatoriamente. El resultado es sin duda una gran obra de arte, seria y profunda, a pesar de su tono desenfadado y distante. Te ayuda a entender algo, no sé qué.

En resumidas cuentas, son cuarenta y tantos minutos, contados por la coreógrafa, de danza de la que a mi me gusta, representada a escasos metros de mi en un espacio maravilloso. Y además gratis. Si no se acabara hoy iría más veces.

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