lunes, 2 de agosto de 2010

En el río Orwell


Una familia que tiene barco tiene que pasar parte de sus vacaciones navegando en él. Si no no merece la pena. Esto lo tenía presente esta primavera, cuando estábamos planeando las vacaciones. Sin embargo no me atrevía a proponer abiertamente un crucero veraniego. Tenía miedo al fracaso, a que fuéramos a navegar por mi empecinamiento y luego todo saliera mal. Barajamos una serie de posibilidades para las vacaciones que no nos habrían dejado tiempo para navegar, pero ninguna parecía muy atractiva, y al final decidimos pasar una semana navegando un poco por defecto, porque no se nos ocurría nada mejor que hacer.

Hasta ahora siempre que había salido a navegar en el Scallywag con la familia había ido acompañado por otros barcos del Tollesbury Cruising Club. Esta vez también habría querido salir con acompañantes, pero no lo pude combinar. Hace un par de años estuvimos navegando una semana por nuestra cuenta en un barco de chárter en Mallorca, pero ésta iba a ser la primera vez que navegaríamos solos en el Scallywag. La idea me producía bastante aprensión.

Desde Tollesbury hay bastantes destinos posibles para un crucero de una semana. Me decidí por el más fácil, que es el río Orwell. Hacia el norte del Támesis hay una serie de estuarios navegables. Tollesbury está en uno de ellos, el del río Blackwater. El siguiente hacia el norte es el del Orwell, a unas treinta millas náuticas.

El viernes volvimos a Tollesbury, después de pasar seis días navegando por el Orwell. El crucero ha sido un éxito. Hemos tenido vientos suaves que nos han permitido ir a vela casi todo el trayecto, mar en calma, buena visibilidad, temperatura agradable y sólo un poco de lluvia. Hemos recorrido setenta y siete millas náuticas, y entrado y salido de cuatro amarres y dos esclusas, sin ningún percance ni en la navegación ni en las maniobras. Mis hijas me han ayudado cuando era necesario, aunque por supuesto sin demasiado entusiasmo. A las dos las puedo dejar a cargo del timón, y manejan los cabos con soltura al atracar y desatracar. Esto nos ha dado confianza a todos y ha reducido los niveles de estrés. Nos hemos llevado sorprendentemente bien, teniendo en cuenta que hemos estado seis días los cinco en un espacio bastante reducido y sin mucho que hacer. Nadie lo ha pasado muy mal.

Nuestro primer destino en el Orwell era la marina de Shotley, a la entrada del estuario, enfrente del inmenso muelle de contenedores de Felixtowe. Allí pasamos dos noches. Desde Shotley cogimos un transbordador a Harwich, en la otra orilla del estuario, y pasamos un día de turistas, paseando por la ciudad. Comimos sorprendentemente bien en el restaurante del Pier Hotel, enfrente del muelle.

Las dos noches siguientes las pasamos en Ipswich, en la cabecera del estuario, nueve millas río arriba. Es una típica ciudad inglesa de provincias, con algunos edificios atractivos. Al puerto se entra por una esclusa. Todavía tiene bastante actividad como puerto de carga, pero ahora además hay dos marinas. El muelle antiguo lo han convertido en una zona residencial para jóvenes profesionales, con bloques de pisos con aspiraciones estéticas. Desgraciadamente la crisis ha interrumpido el proceso de regeneración urbana, y algunos bloques se han quedado a medio construir. Paseamos y vimos lo que había que ver. Fuimos de compras e incluso al cine, a ver Karate Kid en unos multicines de un centro comercial. Y una vez más comimos mejor de lo que nos esperábamos, en el Bistro on the Quay, a escasos metros de nuestro amarre.

La última noche la pasamos en el Royal Harwich Yacht Club, que tiene unos pantalanes con amarres para socios y visitantes en el tramo más bucólico del río. Desde allí nos dimos un paseo campestre por la ribera hasta Pin Mill, que es uno de los lugares más apreciados por los navegantes de la costa este. Es una aldea minúscula con un pub mítico, el Butt and Oyster, y unos astilleros tradicionales. En la orilla hay varadas una serie de barcazas vetustas. Río adentro hay varias hileras de boyas de amarre. Se respira sosiego y tradición. El sendero que nos llevó hasta Pin Mill era delicioso, atravesando praderas, campos de cereales y robledales, con el río majestuoso de telón de fondo.

Ni que decir tiene que hay sitios mucho más atractivos donde navegar, sitios donde el agua es azul, y no marrón, donde en los restaurantes de las marinas se come bien, y donde el buen tiempo está más o menos garantizado. Pero aquí es donde está mi barco y donde estoy yo. Es mi trozo de costa. Me gusta no haberlo elegido, navegar donde me ha tocado. Es un simulacro de arraigo en mi vida desarraigada.

Así que en nuestro primer verano con el Scallywag hemos tenido nuestro crucero, como debe ser. Para mi sorpresa, un par de veces, sentados alrededor de la mesa en el barco, alguien, no yo, sacó el tema de dónde iremos el verano que viene: ¿Francia? ¿Holanda? No me lo acabo de creer. ¿Será posible que al final consiga tener una familia marinera?