jueves, 10 de noviembre de 2011

Valencia


Valencia es una ciudad que lo tiene todo:
  • El mar: azul. Una playa. Un puerto deportivo adosado a uno de verdad, con un clima que te permite navegar todo el año.

  • Un ensanche elegante en el que disfrutar de la vida burguesa española de siempre.

  • Un casco antiguo todavía vivo donde refugiarte cuando el aburguesamiento del ensanche empiece a agobiarte.

  • Gente que, aunque participa en el juego urbano de la apariencia, no parece preocuparse demasiado por disimular su substrato rural.

  • Mercados espectaculares, con buenas frutas y verduras (¡qué tomates!), buenas carnes, pescados y mariscos, buenos quesos, embutidos y salazones.

  • Aparente harmonía lingüística.

  • Prosperidad y orden público.

  • Bicicletas.

  • Una filmoteca.

  • Una orquesta profesional, que no será de las mejores del mundo, pero a mí qué más me da.

  • La casa de comidas El Ventorro, donde sirven platos de leyenda con una naturalidad desconcertante. Nunca jamás olvidaré sus alubias con codorniz.

  • Algunos de los mejores filósofos de España.
Estos días, vagando por sus calles, imaginándome una vida de valenciano adoptivo, por primera vez me he sentido acorralado por la pregunta: ¿a mí qué se me ha perdido en Londres?