martes, 2 de agosto de 2011

De Inglaterra a Holanda

1. El plan


Enfrente de la costa este de Inglaterra, al otro lado del Mar del Norte, está Holanda. El punto más próximo de la costa holandesa está a 110 millas náuticas (unos 200 kilómetros) de Tollesbury, donde está amarrado el Scallywag. Es un destino obligado para un barco de esta costa que sea capaz de completar la travesía con seguridad. En Octubre lo intenté con unos amigos, pero un temporal nos obligó a cambiar de planes. Ahora por fin lo he conseguido. Acabamos de volver de pasar diez días navegando en Holanda.

Hasta ahora no había hecho ninguna travesía de esta envergadura con el Scallywag: más de veinte horas, navegando de noche, con mareas complejas y cruzando una de las vías de circulación marítima más transitadas del mundo. He estado meses planeando la ruta y preparando el barco. La logística también era complicada. Mi familia iba a hacer el viaje de ida y vuelta a Holanda en tren, y yo iba a llevar el barco allí y traerlo de vuelta con tripulaciones de adultos. Todo esto añadía incertidumbre al plan. Por ejemplo, si un temporal hubiera retrasado nuestro viaje de ida un par de días, el Scallywag no hubiera estado en Holanda cuando llegara mi familia, o si se hubiera retrasado la vuelta ni yo ni mi tripulación hubiéramos podido esperar más de un par de días a que el tiempo mejorara. Consideré planes de contingencia, como unas vacaciones en Holanda sin barco o dejar el Scallywag en Holanda e ir a recogerlo al final del verano. En la vela hay que pensar en lo que puede salir mal y aun así disfrutar si todo sale bien. A mí me resulta difícil, pero estoy aprendiendo.

2. La ida


Al final, de un modo u otro, a trompicones, llegamos al día programado para la travesía, el viernes 22 de julio, más o menos preparados. Había que salir al atardecer, con la pleamar. Sólo tenía un tripulante, Bill Davis, pero Bill es de los buenos. Ese fin de semana varios barcos de Tollesbury iban a ir de Inglaterra a Holanda, con distintos puntos de partida y distintos destinos. Solo uno de ellos, el Diana II, iba a hacer la misma travesía que nosotros. Hubo incertidumbre hasta el último momento, pues el pronóstico meteorológico era bastante incierto, con un fuerte temporal al oeste de Dinamarca que podía causarnos problemas si se desplazara hacia el Sur. El patrón del Calidris, un hombre de casi ochenta años con mucha experiencia, que iba a salir esa tarde desde el Orwell, nos llamó para decir que aplazaba su partida a causa del mal tiempo. En la marina cada cual tenía una opinión, y yo no sabía a qué atenerme. Lo que estaba claro era que la cosa iba a ir a peor, y que si no salíamos esa tarde no íbamos a poder salir en un par de días, y todo el plan se iría al traste, pero hice lo que pude para que esta consideración no afectara mi decisión. Al final me decidí a salir. Los pronósticos de viento estaban dentro de lo aceptable, y aunque fuera más fuerte de lo previsto vendría de una dirección favorable. Además, si después de cuatro o cinco horas lo veíamos muy mal podíamos refugiarnos en el Orwell. Se lo dije a Nigel, el patrón del Diana II, que nos pidió que esperáramos a que se lo pensara. Casi una hora después de la pleamar, cuando ya no podíamos esperar más, nos dijo que venía, y la flotilla de dos barquitos largó amarras rumbo a Holanda.

La travesía fue bien. Fuimos a vela un par de horas, pero al anochecer tuvimos que encender el motor por falta de viento, aunque el mar estaba muy agitado. Recogimos el génova, pusimos dos rizos en la mayor por si acaso, conectamos el piloto automático y adelante, hacia la oscuridad. La noche fue un poco desagradable, pues además del oleaje hacía frío y llovía, pero la visibilidad era buena y cruzamos las vías de circulación sin incidentes. Íbamos siempre a la vista del Diana II, que también llevaba sólo dos tripulantes, Nigel y su mujer, Heidi. Por la mañana el viento empezó a subir, y pudimos apagar el motor y completar la travesía a vela, con unos veinte nudos por la aleta, aunque el oleaje correspondía más bien a los treinta y tantos nudos que había un poco más al norte. A pesar del cansancio disfrutamos como enanos. A las tres y diez, de la tarde del domingo, hora inglesa, estábamos amarrados en la marina de Breskens, veintiuna horas y veinte minutos después de salir.

Poco a poco nos fuimos dando cuenta de la suerte que habíamos tenido. El Ariel Spirit, otro barco de Tollesbury que había salido a la vez que nosotros con rumbo a IJmuiden, tuvo que refugiarse en Hoek van Holland por el temporal que se encontró unas setenta millas al norte de donde estábamos nosotros. El Dualin, que salió al día siguiente, tuvo que refugiarse en Oostende por motivos similares.

3. En Holanda


Breskens está en la orilla sur del estuario del Westerschelde. En la orilla norte está Vlissingen, a un par de millas de distancia. Desde Vlissingen se puede acceder por una esclusa al canal de Walcheren, que lleva a la ciudad de Middelburg. El lunes llegaba mi familia a Middelburg, y allí cogía Bill el tren para volver a Inglaterra. Habíamos planeado ir de Breskens a Middelburg el domingo, pero el viento era muy fuerte y el estuario se veía muy revuelto, así que decidimos aplazarlo hasta el lunes. Pasamos un día agradable descansando y paseando por Breskens y sus playas. En la marina nos hicimos amigos de una pareja de holandeses, Maarten y Sylvia, que también se dirigían a Middelburg en su Dehler Optima. Tenían muy poca experiencia en mar abierto y querían por todos los medios cruzar el estuario con nosotros.

El lunes, con mucho menos viento y oleaje, salimos hacia Middelburg. Creíamos que íbamos con tiempo de sobra para que Bill cogiera su tren, pero en la esclusa y en los innumerables puentes levadizos y giratorios que cruzan el canal tuvimos que esperar más de lo previsto, y llegamos a Middelburg con el tiempo justo. Nos amarramos al pantalán de espera, donde te asignan tu amarre, y Bill tuvo que salir corriendo a la estación, así que me quedé sin tripulación e incapaz de llevar el barco a mi amarre, pues el seguro no me cubre si voy solo. Afortunadamente Sylvia se prestó a ayudarme, y atracamos sin problemas. Poco después llegó mi familia.


Con la familia estuve navegando por canales y lagos cuatro días, hasta el viernes. El martes salimos de Middelburg y seguimos por el canal de Walcheren hasta el Veerse Meer. Pasamos la noche en Veere. El miércoles navegamos hasta el extremo occidental del Veerse Meer, donde un dique separa ahora este lago del Mar del Norte del que antes formaba parte. Atracamos en un pantalán, cruzamos el dique a pie y Nigel y yo nos dimos un baño en el mar, lloviendo. Ahí debí de coger la bronquitis que tengo ahora. Ya no nos daba tiempo a llegar a Goes, como habíamos planeado, así que pasamos esa noche en Kortgene, un puerto tranquilo en el Veerse Meer. El jueves salimos del Veerse Meer al Oosterschelde, y de ahí por un canal a Goes. Además del Diana II, venía con nosotros el Dualin, que se nos unió en Middelburg. No había muchas oportunidades para ir a vela, pero por lo demás la zona es un paraíso de la navegación en familia. Middelburg, Veere y Goes son sitios pintorescos y harmoniosos, limpios, elegantes y de buen gusto, de calles empedradas flanqueadas de edificios interesantes, con amarres en el mismo centro y clubes náuticos acogedores donde te reciben con una sonrisa y te dan bien de comer. En el de Goes había una nevera llena de cervezas y una hucha donde dejar los 75 céntimos que cobraban por botella. Lo único que ensombreció un poco el panorama fue la actitud hostil de uno de mis tripulantes. Las tormentas de la adolescencia son tan malas como las del Mar del Norte. El viernes volvimos por donde habíamos venido y atracamos en Vlissingen. Ahí iba a llegar mi tripulación para la travesía de vuelta y mi familia iba a coger el tren a Inglaterra.



4. La vuelta

Lo de la tripulación para la travesía de vuelta tuvo su historia. En principio iban a venir conmigo Rob y Terry, los armadores del Cartel, pero unos días antes de salir de Inglaterra me llamó Rob para decir que acababan de anunciar una reducción de plantilla en su empresa y no se podía ir, y Terry, al que conozco menos, no quería venir si no venía Rob. Así que cuando salí hacia Holanda no tenía tripulación para la vuelta. Antes de salir puse anuncios en los foros de los clubes náuticos a los que pertenezco, y estuve toda la semana recibiendo llamadas, correos y textos de gente dispuesta a venir. Habría podido llenar el barco un par de veces. Al final quedaron en venir mis amigos Ian y Stephen, y Geoff, que acaba de vender el barco que tenía en Tollesbury y se muere de ganas de navegar. Justo antes de salir el sábado Nigel y Heidi me pidieron que les prestara un tripulante, y Geoff se fue con ellos.

La travesía fue fácil y agradable. Al salir de Vlissingen, la tarde del sábado, fuimos cinco horas de ceñida en condiciones inmejorables, pero al anochecer bajó el viento y tuvimos que ir a motor hasta la mañana del domingo, cuando el viento volvió a subir y nos permitió entrar en el Blackwater a toda vela, como si lo hubiéramos encargado. A las doce y media del mediodía estábamos atracados en Tollesbury.