martes, 22 de diciembre de 2009

Primera travesía en el Scallywag


El Scallywag ha estado desde la primera vez que lo vi en el Suffolk Yacht Harbour, donde lo había llevado su dueño para una feria de barcos de segunda mano. Cuando pasó a mi propiedad hace dos semanas todavía estaba allí. Mi intención era llevármelo inmediatamente a la marina de Tollesbury, su nuevo hogar, pero tuve que cancelar el traslado un par de veces por problemas climatológicos. Ayer, por fin, mi amigo Robert y yo lo logramos.

En Tollesbury sólo se puede entrar y salir con marea alta. Ayer la pleamar allí era a las tres menos cuarto de la tarde y amanecía a las ocho. Es una travesía de unas treinta millas náuticas, así que saliendo al amanecer, con una velocidad media de cinco nudos, podíamos llegar a Tollesbury a tiempo para entrar. En esta costa, cuando sube la marea, la corriente fluye de norte a sur, así que podíamos contar con su ayuda durante todo el camino.

Lo conseguimos holgadamente. No lo digo porque sea mío, pero el Scallywag es un barco muy rápido. Desde que superamos las aguas confusas que nos encontramos a la entrada del Orwell, apenas bajamos de los seis nudos. Para un barco de treinta y un pies, eso es ir rápido. Al principio íbamos a motor con, 15-20 nudos (21-26 aparentes) de un viento gélido de cara, pero luego roló y pudimos apagar el motor y seguir a vela: el moménto mágico que justifica todasl las molestias y contratiempos de esta actividad. Llegamos a la entrada de Tollesbury más de una hora antes de lo previsto. La marea todavía no había subido lo suficiente para entrar, así que nos amarramos a una boya para comer y esperar.

La noche anterior, mi primera noche en el Scallywag, yo estaba un poco intranquilo. Hubiera preferido hacer mi primera travesía en este barco con más tripulantes y mejores condiciones meteorológicas, pero decidí hacerlo así y temía haberme equivocado. Me desperté muchas veces oyendo el viento ulular en las jarcias y visualizando las maniobras de desatraque y atraque.

Sin embargo todo fue muy bien. El único problema que tuvimos fue que como resultado del frío y las nevadas de estos días atrás el Scallywag estaba cubierto por una capa de unos veinte centímetros de hielo. Pasamos más de una hora antes de amanecer quitando hielo. Cuando ya estábamos listos para salir perdimos veinte minutos desatando las amarras, pues los nudos se habían congelado y no había quien los moviera.

Los sueños no se suelen hacer realidad. Cuando te pasan cosas buenas, casi nunca son las que habías soñado. Sin embargo ayer al atardecer, entrando en Tollesbury al timón del Scallywag, era consciente de estar viviendo la realización de un sueño.

jueves, 17 de diciembre de 2009

Filosofía y esquí

He pasado el fin de semana en los Alpes, en un seminario del departamento de filosofía de la Universidad de Friburgo. El programa combinaba la faena y el ocio admirablemente. Cada día había dos ponencias por la mañana y una después de cenar, y entre el almuerzo y la cena a esquiar, y después de esquiar a remojarnos en las aguas termales del balneario en el que estábamos alojados. En Friburgo hay un grupo de filósofos analíticos dinámico y de calidad. Su artífice es Gianfranco Soldati, catedrático allí desde hace diez años, buen filósofo y excelente persona. Me entiendo con él.

Todos los participantes del seminario, excepto Soldati y yo, eran estudiantes de postgrado o ayudantes de cátedra en Friburgo. Estas fábricas de filósofos están llenas de jóvenes inteligentes que podrían vivir muy bien y muy tranquilos con sus familias en sus lugares de origen, pero renuncian a todo esto para dedicarse a la filosofía. No estoy seguro de que la filosofía, tal y como yo la conozco, pueda proporcionar la recompensa que se merecen estos sacrificios.

El balneario estaba en el Valais, que es el valle del Ródano antes de desembocar en el Lago Lemán. Es una amplia llanura rodeada de montañas descomunales. Tanto la llanura como las laderas están cubiertas de viñas. Resulta que los suizos también hacen vino. Nosotros estábamos en un pueblo a media altura entre la llanura y las cumbres. La clientela del balneario era gente modesta disfrutando de un sucedáneo del mundo de La montaña mágica, paseándose por los pasillos en los albornoces y las chanclas que te proporcionaba el hotel.

Lo pasé muy bien esquiando, con un grupo de filósofos suizos que me daban cien vueltas. El español iba siempre a la zaga y un poco precario, pero con dignidad y sin complejos, naturalmente. Nunca hasta ahora había tenido conversaciones filosóficas en un telesilla.

A la vuelta me bajé del tren en Montreux y me di un largo paseo por la orilla del lago hasta el castillo de Chillon. Era una mañana fría con un resol delicioso. En sitios así, en momentos así, el mundo te sonríe.

domingo, 6 de diciembre de 2009

El Scallywag

Para navegar no hace falta tener barco. Eso lo sé yo mejor que nadie. Desde que empecé hace unos seis años, he navegado unos ciento cincuenta días y unas seis mil millas náuticas en veinte barcos distintos que no me pertenecían, en el Canal de la Mancha, el Mar del Norte, las Islas Frisias, las Hébridas, el Báltico, la costa atlántica francesa, el Golfo de León, las Islas Jónicas y Mallorca. Me sobran oportunidades para navegar. No navego más porque no tengo tiempo.

En vista de esto, y de que tener un barco es caro y da muchos problemas, no tendría mucho sentido que me comprara uno. Sin embargo, eso precisamente es lo que acabo de hacer. Me he comprado un barco.

El deseo de tener un barco me surgió hace un par de años. Me sumé a las hordas de hombres de mediana edad que pasan sus veladas enfrente del ordenador viendo en internet barcos en venta: comparando, planeando, calculando presupuestos virtuales y dejando volar la imaginación. ¡Qué vergüenza; menos mal que no nos ve nadie! Luego empecé a ir a la costa a ver en persona barcos que encontraba en internet. Vi unos quince.

El deseo dio lugar a un creciente desasosiego que alcanzó niveles insoportables. Esta situación ridícula solo se podía terminar con la extinción del deseo o con la adquisición de un barco. Cuando acepté que lo primero no iba a ocurrir me convencí de que tenía que comprarme un barco, y que pasara lo que pasara.

El año pasado hice una oferta por uno, pero al final no llegamos a un acuerdo. Este otoño, como si el destino quisiera tentarme, salió a la venta uno casi igual por el que pedían menos de lo que había ofrecido por el anterior. Desde antes de ayer es mío. Se llama Scallywag, que significa pillo. Aparte de sus cualidades marineras, con las que no os voy a aburrir, es muy bonito.

Ayer pasé el día en el barco yo solo, arreglando cosillas y haciéndome a la idea de que es mi barco. ¿Os acordáis de la sensación nada más abrir los regalos de reyes? Con esa gratitud ligeramente teñida de decepción siento ahora yo que no espero mucho más de la vida.