viernes, 28 de noviembre de 2008

La Biblioteca Británica

He pasado el día en la Biblioteca Británica. Este ha sido mi segundo hogar desde que llegué a Londres en el 2000. Vengo casi todos los días laborables que no tengo que dar clase ni que recoger a los niños del colegio, normalmente un par de días a la semana durante el curso, y más en vacaciones. Aquí trabajo mejor que en ningún otro sitio. Además me siento a gusto.

Me encanta el edificio. Es del arquitecto Colin St John Wilson, que murió el año pasado. Es un diseño de líneas rectas y limpias, pero sin simetría obvia. El exterior es en ladrillo rojo, en clara referencia a la estación de St Pancras, que está justo al lado. Esta similitud en los materiales hace resaltar el contraste entre el recargado diseño neogótico de la fachada de St Pancras y las puras líneas escandinavas de la biblioteca.

El tejado de pizarra negra ocupa gran parte de lo que ves en la fachada y le da al edificio un aspecto modesto, doméstico, como de casa de recortables. Una torre con un reloj te hace pensar en un edificio público de una capital de provincia.

En el interior el blanco de la piedra y la escayola se va imponiendo paulatinamente sobre el ladrillo. El espacio central rodea un gran prisma rectangular de cristal con seis pisos de estanterías llenas de libros antiguos. Es la biblioteca real, recopilada principalmente por Jorge III y cedida al país por su hijo Jorge IV en 1823. Es una de las colecciones que dieron origen a la biblioteca pública. Esta disposición me hace imaginarme un enorme meteorito en un paraje desierto, en torno al cual los científicos que lo estudian han construido una serie de edificios provisionales en los que alojarse durante sus investigaciones. No sé de dónde he sacado esta imagen. La idea de un prisma transparente lleno de libros parece ser una referencia a la Beinecke Library, en la Universidad de Yale, de 1963, del arquitecto Gordon Bunshaft, que sólo he visto en fotografía. Entiendo la diferencia entre la cita y el plagio, pero la verdad es que hubiera preferido que fuera una idea original.

Es un edificio que requiere tiempo para apreciarlo. Al principio parece que no obedece a ningún plan, pero luego, poco a poco, te vas dando cuenta de que lo que ocurre es que el plan es demasiado complejo para captarlo a primera vista. Está lleno de recovecos interesantes y perspectivas inesperadas, con contrastes atractivos entre espacios inmensos y otros más íntimos. Es como si el plan intentara imitar el efecto de la carencia de plan en la ciudad en que está ubicado el edificio.

Tengo entendido que es el edificio público más grande construido en el Reino Unido en el siglo XX. Llama la atención la calidad del acabado, sobre todo porque en este país los espacios públicos se suelen construir por lo barato. Se inauguró en 1998, dos años antes de que empezara a venir yo. Las obras habían empezado treinta y cinco años antes. Hasta entonces la biblioteca era parte del Museo Británico, y su sala de lectura era la sala circular, que ahora está abierta al público, en el centro del atrio con el excelente tejado de Norman Foster.

Cómo salí de España

Tengo 44 años, y llevo fuera de España desde los 23. Casi media vida en el extranjero. ¿Cómo ocurrió? Acabe la carrera de filosofía en la Autónoma de Madrid en el 87, con un expediente brillante. Decidí hacer el doctorado. No sé muy bien cómo llegué a esta decisión. En realidad no me parecía que hubiera mucho que decidir. En aquellos tiempos en España no se concebía que un licenciado en ‘filosofía pura’ pudiera encontrar un trabajo ‘normal’ ‘en una empresa’. La única alternativa viable parecía ser oposiciones a instituto. Así que al hacer el doctorado no creía estar cerrándome ninguna puerta además de las que ya creía cerradas.

Un par de años antes había conocido en la Menéndez Pelayo a un filósofo inglés afincado en Méjico que me animó a salir de España, cuyo ambiente filosófico le parecía despreciable. Una combinación de circunstancias me dio la oportunidad de ir becado a hacer el doctorado en la Universidad de St. Andrews, en Escocia. La alternativa era un doctorado en la Autónoma y la expectativa incierta de una plaza en la Autónoma. Por aquel entonces se hacía el doctorado donde se había hecho la licenciatura, y sólo se podía esperar una plaza donde se había hecho el doctorado. Salían pocas plazas, y se daba por sentado que las que salían ‘estaban dadas’ a un candidato de la casa. Quedarme en la Autónoma suponía pasar años luchando por que un día saliera una plaza que, como todas, estuviera dada, en la que el candidato de la casa fuera yo. Así que a St. Andrews me fui. Y hasta ahora.

lunes, 24 de noviembre de 2008

Mirando fotos del pasado

Ayer terminé de escanear mis negativos en blanco y negro, casi tres mil. Son fotos que hice entre 1977 (a los 13 años) y 1987. Las revelé todas yo el el cuarto de baño del piso de piso de mis padres, con la ampliadora y las cubetas con líquidos puestas sobre una tabla que cubría la bañera. Muchas de ellas no las había visto bien hasta ahora, pues no solía ampliar la mayoría de las fotos que hacía. Tanta gente y tantos sitios. El efecto es muy inmediato. Me trasporto sin ningún esfuerzo al momento y al lugar en el que hice la foto. Pero la impresión general es decepcionante. Ni la fotografías ni la vida que representan tienen demasiado interés.

sábado, 22 de noviembre de 2008

Elektra

Anoche fuimos a la Royal Opera House. Un sitio sensacional. Siempre que voy me siento feliz de estar ahí, afortunado por que mi vida me de acceso a un sitio así. Vimos Elektra de Strauss. Música excelente. No la había oído hasta ayer. Seria e intensa. Como Mahler sin la exageración ni los detalles programáticos exóticos.

En general no me gusta la ópera. Normalmente no es música seria, sino un vehículo pare una concepción muy superficial de la belleza. Supongo que sólo funciona para los que encuentran algo sublime en la voz humana. Otro problema es que la estructura musical en la ópera no es intrínsica a la música, sino que viene dictada desde fuera por la narrativa. Por eso a veces me siento desorientado, como si la música avanzara en direcciones arbitrarias.

Sin embargo hay excepciones y Elektra es una de ellas. También me gusta la manera en que cuenta la historia, con elegante economía. La interpretación de la orquesta y los cantantes también me pareció excelente. Y de la propia historia, qué voy a decir: una hija cuya madre está casada con el asesino de su padre, soñando con un baño de sangre que vengue el crimen, y con celebrarlo bailando sobre la tumba del padre. Inmejorable.

Antes fuimos a tomar un refrigerio a la sucursal de Paul en Covent Garden. Me encanta Paul. Sencillo pero perfecto, con pasteles franceses deliciosos y camareros agradables, también franceses. Me gustan las cadenas francesas con sucursales en Londres. Me recuerdan que vivo a un poco más de dos horas en tren de París, aunque no vaya nunca.

viernes, 21 de noviembre de 2008

Comienzo

Aquí empieza mi blog. La verdad es que no suelo leer blogs. No sé si tengo mucho que decir, y desde luego no creo que lo que tenga que decir le interese a mucha gente, así que no sé por qué lo hago. Un profesor heideggeriano de mis tiempos de estudiante daba mucha importancia a la imagen de escribir en el agua (creo que de Platón). Supongo que eso es lo que estoy haciendo yo. En cualquier caso, estoy en esa edad, a mitad de camino, en la que probar cosas nuevas parece una buena idea.

Mi intención era llamar a este blog BlancoWhite, en honor de otro español afincado en Inglaterra, pero el nombre estaba cogido. Luego me acordé de que tengo una lista mental de posibles nombres de barco de inspiración filosófica. Primero probé Forma Lógica, pero también estaba cogido. Exilio Cósmico estaba el segundo en la lista.

Pues sí; soy filósofo y navegante.