martes, 19 de junio de 2012

El limpiacristales de Pina Bausch



Pina Bausch murió hace tres años, pero su compañía, el Tanztheater Wuppertal, sigue viva. Anoche fuimos a verlos en el Saddler’s Wells, y aunque hace tiempo que no escribo aquí sobre los muchos conciertos, exposiciones y espectáculos interesantes a los que he tenido la suerte de asistir, siento la obligación de dejar constancia de esta experiencia maravillosa. La obra era Fensterputzer, el limpiacristales, de 1997. Es parte de una serie de composiciones inspiradas en diversas ciudades del mundo. El limpiacristales está inspirada en Hong Kong.

Cuando se encienden las luces, más o menos la cuarta parte del escenario está ocupado por una montaña ENORME de flores rojas, muy rojas. Toda la acción transcurre en la presencia de la montaña de flores. Por sus laderas se revuelcan los bailarines/actores; tirando flores al aire hacen un espectáculo de fuegos artificiales; con flores que sacan de la montaña cubren el resto del escenario de unos diseños misteriosos; una fila interminable de escaladores ascienden a la cima por un lado y descienden por el otro; un esquiador hace unas cuantas bajadas por sus laderas, y la montaña entera se da un garbeo por el escenario empujada por una docena de bailarines.

Son tres horas de poesía visual centrada en el gesto humano, a veces en forma de baile, a veces no, con una creatividad inagotable, basada en la observación profunda de lo aparentemente superficial, pasando sin solución de continuidad del humor a la melancolía, tejiendo hebra a hebra un tapiz que representa la vida humana en su gloriosa trivialidad.

Supe por primera vez de Pina Bausch durante la carrera, y desde entonces he considerado su estilo, su tono de voz, como la manera correcta de enfrentarse uno al mundo. El mundo no es ni más ni menos interesante de lo que conseguimos hacerlo nosotros, y nunca me ha parecido tan valioso como cuando lo veo por los ojos de Pina Bausch, que en paz descanse.

martes, 12 de junio de 2012

Los padres del padre de mi madre



Mi bisabuelo Avelino García-Muro nació en Madrid en 1882. Mi bisabuela Emilia Bravo nació en 1885 en Santa María del Tiétar, provincia de Ávila, que entonces se llamaba Escarabajosa, pero se crió en Madrid con una tía suya que tenía una fonda en la Cava Baja.

El padre de Avelino y sus antepasados eran de pueblos del extremo suroeste de la provincia de Madrid y de zonas colindantes de las provincias de Ávila y Toledo. Parece que su padre, nacido en Cenicientos, se dedicaba a llevar a Madrid vino de esa zona. Su abuelo paterno era maestro en San Martín de Valdeiglesias. El primer García Muro que he podido identificar nació en Méntrida, provincia de Toledo, a mediados del siglo XVIII. La madre de Avelino y sus antepasados eran de Orbaneja Rio Pico, provincia de Burgos, y otros pueblos de los alrededores. Ya estaban allí en el siglo XVII.

Todos los antepasados de Emilia de que tengo noticia eran de Santa María del Tiétar, pero de esa rama de la familia tengo muy poca información porque los libros sacramentales de la parroquia no se conservan.

La familia de Avelino y Emilia tenía mucho contacto con Santa María del Tiétar. De pequeño mi abuelo pasaba mucho tiempo allí, descalzo y asalvajado. Mi madre también pasó allí muchos veranos de su infancia. Yo no he estado nunca. Aunque Avelino no era de Santa María del Tiétar, le gustaba mucho el pueblo, y se hizo allí una casa para las vacaciones.

De la vida de Avelino y Emilia sé bastante poco a ciencia cierta. La madre de Avelino murió cuando sus hijos aún estaban en casa, y su padre se casó con una señora francesa. Los hijos no estaban a gusto y dejaron la casa del padre. Avelino se fue a vivir a una pensión. Parece que Avelino y Emilia se conocieron a través de la fonda de la tía de Emilia. Vivieron primero en el barrio de Chamberí y luego en Tetuán de las Victorias.

Avelino era mecánico. En Tetuán tenía su propio taller. No sé si antes también. De joven los domingos hacía el mantenimiento de las máquinas de escribir del Banco de España. Inventó una máquina de escribir. No sé si su invención era muy original o no, pero le concedieron la patente. En la memoria, suponiendo que la escribiera él, demuestra claridad de ideas y facilidad con el lenguaje. El preámbulo empieza así:
Las ventajas y utilidad de las máquinas de escribir son indudables. Desconocerlas o negarlas sería tanto como desconocer o negar la evidencia. Higiénicas para el operador por la posición que el cuerpo adopta al escribir; rapidez, limpieza en los escritos, gran economía de tiempo y dinero. Todas estas ventajas, que no hay para qué detallar ni explicar, justifican el empleo, mayor cada día, que se hace de esos aparatos y el desarrollo creciente en el arte de su construcción, sobre todo en el extranjero, donde ha llegado a constituir una rama importantísima de la industria mecánica.
Y este es uno de los planos que acompañan a la memoria:

El asunto de la máquina de escribir acabó mal. No sé los detalles, pero parece que los socios capitalistas con los que esperaba producirla y comercializarla le hicieron una mala jugada, y Avelino no obtuvo ningún beneficio de su invento. En la leyenda familiar se considera este incidente como la gran oportunidad perdida de Avelino. Creo que se fue a Tetuán a raíz de este fracaso. Allí se construyó su propia casa, con el taller incorporado. Me dicen que en Tetuán fue concejal del ayuntamiento, pero todavía no lo he verificado.

Emilia tuvo muchísimos hijos pero sólo cinco llegaron a adultos: tres varones y dos mujeres. Todos tuvieron descendencia.

Avelino y Emilia en el patio de su casa de Tetuán en 1938. A la derecha mis abuelos con su primera hija. A la izquierda  otros dos hijos de Avelino y Emilia.

Los que los conocieron dicen que Avelino y, sobre todo, Emilia eran de carácter difícil, propensos darles a las cosas más importancia de la que tienen.

Avelino murió en 1952. Emilia vivió hasta los años 70, a pesar de que en una carta a su hijo de 1946 dice estar ya “a las puertas de la muerte”.

A Emilia la conocí. Ella era muy mayor y yo muy pequeño, pero la recuerdo. Es la única de mis ochos bisabuelos que todavía vivía cuando nací yo. También conocí a las dos hermanas de Avelino, y a un cuñado de Emilia que venía del pueblo a Madrid todas las Navidades, como transportado por una máquina del tiempo, con un saquito de castañas, para pedirle a mi abuelo el aguinaldo.