jueves, 4 de octubre de 2012

Los padres de la madre de mi madre



Mi bisabuelo Francisco Clivillés nació en Madrid en 1873. Mi bisabuela Matilde Padilla nació en 1875, también en Madrid.

Francisco era un escultor de bastante renombre. Su taller y su domicilio estaban en el número 21 de la calle Ferraz. Recibió medallas y menciones honoríficas en las Exposiciones de Bellas Artes de 1895, 1897, 1904 y 1908 y 1915. Fue miembro del jurado en las de 1911 y 1920. El oficio le debía de venir de familia. Uno de sus antepasados, como explico más abajo, era fundidor, y su hermano, Julio, también era escultor.



La única obra de Francisco que he visto es el monumento a Rosalía de Castro en el Parque de la Alameda de Santiago de Compostela, realizado por Francisco Clivillés e Isidro de Benito en 1917. No tengo noticia fehaciente de ninguna otra.

Photo by Luis Miguel Bugallo Sánchez (Own work) [CC-BY-SA-3.0 (http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0)], via Wikimedia Commons

Todo iba viento en popa para Francisco y Matilde, pero hacia los años veinte Francisco sufrió una crisis personal de la que nunca se recuperó. Las causas no están claras, y no sé si lo estaban entonces. Según la tradición familiar, él aspiraba a abandonar las artes decorativas, de las que vivía muy bien, para convertirse en un artista de verdad, y no pudo superar la frustración de no conseguirlo. A esto se unió la muerte prematura de su hijo mayor, Doroteo. Parece que Francisco tenía la ilusión de que Doroteo triunfara donde él había fracasado.

De un modo u otro Francisco dejó de trabajar y la familia no tenía ningún ingreso. Poco a poco fueron perdiendo todo lo que tenían. En 1930 el juez le reclama el pago de un préstamo de 66.000 pesetas asegurado con una hipoteca sobre una casa que tenia en la calle Tortosa. En 1931, para cobrar un préstamo de 50.000 pesetas, se subasta una casa suya de siete plantas en el número 42 de la calle Ramón de la Cruz (puja mínima 60.000 pesetas). Mi abuela y su hermana, que eran las hijas pequeñas, se tuvieron que poner a trabajar de adolescentes, mi abuela de modista, su hermana de sombrerera.

En los años 30, con dos de sus nietas

Cuando empezó la Guerra Civil, Francisco y Matilde se trasladaron con una hija suya a un pueblo de la provincia de Albacete, huyendo de los bombardeos. Al terminar la guerra, Francisco se fue exiliado a Francia con uno de sus hijos. Creo que volvió al poco tiempo.

La apatía de Francisco y la situación familiar a que dio lugar despertaron en Matilde un odio tragicómico hacia su marido. Parece que cuando él salía de casa ella se asomaba a la ventana porque, según decía, le encantaba verle la espalda. Cuentan que cuando Francisco se fue a Francia Matilde decía que aunque no quería que le pasara nada a su marido, tampoco quería que volviera.

Matilde tuvo una muerte espantosa. Poco después de terminar la Guerra Civil, un camión militar que estaba dando marcha atrás la aplastó contra una pared. Llevaba de la mano a dos de sus nietas, que salieron ilesas. Todos los meses, en el día de la muerte de Matilde, Francisco le llevaba flores al cementerio, en contra de los deseos expresos de Matilde, que le había amenazado con tirarle un zapato si lo veía aparecer por allí. Él murió a finales de la década de los 50.

Francisco y Matilde tuvieron tres hijos y tres hijas. Aparte de Doroteo, que murió joven sin descendencia, todos tuvieron hijos, nietos y ahora bisnietos. Sin embargo, como los hijos sólo tuvieron hijas, entre todos los que somos ninguno conservamos el apellido Clivillés. Lo que no ha desaparecido del todo entre los descendientes de Francisco es la vocación artística.

Los Clivillés

El padre de Francisco era de Águilas, provincia de Murcia, y sus abuelos de Cartagena. Sus antepasados, desde el siglo XVII, eran casi todos de pueblos del sureste, de las provincias de Murcia, Alicante, Valencia y Albacete.

La madre de Francisco, su abuela materna y todos los antepasados de ésta desde el siglo XVII eran de la ciudad de Albacete. Los antepasados de su abuelo materno eran de Villagarcía del Llano, provincia de Cuenca.

El bisabuelo de Francisco por línea masculina, también Francisco Clivillés, era de Mataró, pero a finales del siglo XVIII se había establecido en Cartagena. El padre de éste y sus abuelos paternos eran de Mataró. Su madre y abuelos maternos eran de Arbucias, provincia de Gerona. El primer Clivillés que aparece en los libros sacramentales de la parroquia de Santa María de Mataró es Jaume, marinero de Cambrils, hijo de Bernat y Tecla, que se casó con Margarida Ayraut en 1643. No he conseguido establecer todavía la conexión entre Jaume y Francisco, pero es muy probable que Jaume sea el bisabuelo de Francisco. Esto sería una coincidencia extraordinaria, pues desde hace doce años veraneo en Cambrils, por no hablar de mi afición a la navegación.

En la Iglesia de la Caridad de Cartagena hay una campana con la siguiente inscripción: "Jesús, Maria y José. D. Francisco Clivilles, Hermano Mayor de este Real Hospital. 1.820." Se la conoce como ‘La Clivillés’. El autor tiene que ser, o bien el bisabuelo de mi bisabuelo, el de Mataró, o bien un hijo de éste, el abuelo de mi bisabuelo, que también se llamaba Francisco.

Aparte de los descendientes de mi bisabuelo Francisco, tengo noticia de los descendientes de su hermano Julio. Los bisnietos de Julio son mis primos terceros. Conozco a una de ellas, por el trabajo, desde mucho antes de saber que estábamos emparentados. Imaginaros la sorpresa.

Los Padilla

Matilde era hija única de Antonio Padilla y Demetria Sánchez. Antonio y sus antepasados, al menos desde el siglo XVIII, eran casi todos de Madrid. Demetria y sus antepasados eran de Chiloeches, provincia de Guadalajara.

A pesar de haber nacido y residir en Madrid, el abuelo paterno de Matilde, Rafael, tenía tierras, intereses y una casa en Chiloeches. Creo que Francisco y Matilde se conocieron allí, cuando él fue a hacer un trabajo en la iglesia del pueblo.

Rafael era el primer contribuyente de Chiloeches. También fue alcalde. Según tengo entendido, la calle Padilla de Chiloeches lleva ese nombre en su honor. Ni yo ni otros que están investigando la cuestión sabemos cómo ni por qué llegó Rafael a Chiloeches. En cualquier caso parece que Rafael no dejó muy buen recuerdo en Chiloeches. En 1883, la Diputación Provincial de Guadalajara acordaba por unanimidad
...autorizar al Ayuntamiento de Chiloeches para ejercitar su acción ante los Tribunales de justicia, contra los hijos herederos del finado Rafael Padilla, apoderado que fué del Ayuntamiento de la citada localidad, en reclamación de valores de la propiedad del citado Municipio, procedentes del 80 por 100 de la enajenación de sus bienes propios.
En la familia siempre se ha dicho que los Padilla tenían un título nobiliario, aunque yo no he encontrado ninguna evidencia de esto, y en este caso la ausencia de evidencia tiene que ser evidencia de ausencia. Si, como creo, el rumor es falso, me gustaría averiguar de dónde procede. De que Rafael tenía dinero no cabe duda, pero gran parte de lo que tuvo lo perdió, y al morir ya no le quedaba gran cosa. Sin embargo, parece que su nieta Matilde, mi bisabuela, siempre tenía presente su alta cuna, aun cuando sus circunstancias personales no estaban a ese nivel. Creo que algo de esa actitud se ha conservado en sus descendientes.

Antonio y Demetria, los padres de Matilde, vivían en Madrid, en la calle del Gobernador y luego en la de la Verónica. Él era empleado de organismos públicos, y de cuando en cuando cesante, como en los artículos de Larra. Demetria murió cuando Matilde tenía once años. Antonio se volvió a casar.

Antonio tiene muy mala fama en la familia, como el causante de la decadencia de los Padilla, a pesar de que, como he dicho, parece que los problemas empezaron ya con su padre. Tuvo un final trágico, suicidándose en la oficina en 1904, el día de la lotería. La prensa de Madrid se hizo eco del suceso. El Imparcial lo reseñaba así:
A la una y cuarto de ayer tarde ha puesto fin a su existencia, en el despacho del director de la Deuda, un empleado, disparándose en la boca un tiro de revólver.
Quedó muerto en el acto.
El juez, que acudió al lugar del suceso, encontró en un bolsillo de la americana del suicida una carta que aún no ha sido abierta.
En el sobre de la misma se leía lo siguiente:
“No tengo fuerza para salir; me han abandonado completamente. Que me perdonen si doy este espectáculo en la oficina.”
Se atribuye el suicidio a carencia de recursos y a disgustos de familia.
El desdichado tenía cincuenta años y deja mujer y varios hijos.
En realidad tenía sesenta y ocho años, y dejaba dos hijas: mi bisabuela y otra de su segundo matrimonio.

El corresponsal del Diario de Avisos de Madrid expresa su sorpresa por ‘tan fatal resolución’,
 … pues durante toda la mañana había estado trabajando, sin dar muestras de la menor preocupación.
Según El Gráfico, en la carta al juez explica Antonio que tomó su decisión
…por padecer hace bastante tiempo una enfermedad crónica y al mismo tiempo por recientes desgracias de familia.
El Liberal ofrece una explicación distinta:
Según parece el Sr Padilla mandó a comprar la lista grande de la lotería a las doce y media, y, sin duda, al ver que el número que él poseía no aparecía entre los favorecidos por la suerte, debió de sentir tal desesperación a causa de su apurada situación económica , que decidió quitarse la vida.
Además, en las primeras horas de la mañana solicitó del interventor que no se le descontase de su modesto haber una parte que se le retenía desde hacía algún tiempo, y su petición le fue denegada, causándole una gran contrariedad, que probablemente fue la causa determinante del suicidio.
Antonio tenía muchos hermanos. Sé de los descendients de uno de ellos, Luis. Los tataranietos de Luis son mis primos cuartos. Conozco al marido de una de ellas, al que también le interesa la genealogía.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Mi tercera temporada con el Scallywag

Con Chris W y Chris N rumbo al río Deben
Mi tercera temporada con el Scallywag está dando los últimos coletazos. Todavía saldremos alguna vez, a Brightlingsea, o a Bradwell, o quizás incluso al Orwell. De cualquier modo los días ya no son largos, la meteorología es más incierta y la marinería tiene menos tiempo libre. Ya no habrá grandes expediciones hasta después del invierno.

Ha sido una temporada poco propicia. Yo he tenido la cabeza en otras cosas y no he encontrado la energía de las temporadas anteriores para planear las travesías con detalle. El tiempo tampoco ha acompañado. Ha habido poco sol, poco calor, mucha lluvia y mucho viento, incluso para los estándares de estas latitudes. Además Bill, uno de mis tripulantes más habituales, ha estado fuera de servicio, cruzando el Atlántico en el barco de Graham, ida y vuelta.

Sin embargo, a pesar de los pesares, mirando el cuaderno de bitácora tengo que decir que ha sido una temporada exitosa. Hemos navegado más de 600 millas náuticas en 23 días y hemos expandido los horizontes del Scallywag en tres travesías de cierta envergadura.

En la primera llegamos hasta el río Deben, donde no había estado hasta ahora. La entrada es famosa por su dificultad, con bancos de arena y grava que se desplazan constantemente, fuertes corrientes de marea y aguas siempre revueltas. Pasada la entrada, el río es un remanso de paz que serpentea hasta Woodbridge, donde hay un puerto deportivo en lo que fue el estanque de un molino.

En las otras dos travesías substanciales fuimos a Francia, primero, en Junio, a Gravelines, y luego, en Agosto, a Boulogne. El año pasado cruzamos el Mar del Norte hasta Holanda, pero hasta este año no había llevado al Scallywag a Francia. Ambas travesías a Francia tuvieron momentos memorables. De la primera nunca se me olvidará la singladura de Tollesbury a Calais, de un tirón, 69 millas en 12 horas de ceñida, con mucho viento y muchas olas, solos mi amigo Chris W y yo, sorteando bancos de arena en el estuario del Támesis y petroleros en el Estrecho de Dover. Nunca en mi vida había estado tan cansado como esa noche al llegar a Calais. En la segunda, tanto de Ramsgate a Dover como de Dover a Boulogne tuvimos niebla. Al llegar a Dover no se veía nada de nada. Cuando pedimos permiso por radio para entrar en el puerto, nos dijeron que esperáramos a doscientos metros del enorme rompeolas a que entrara un ferry. Sabíamos que estábamos a doscientos metros del rompeolas porque lo decía el GPS, pero verlo no lo veíamos. Y la vuelta de Boulogne fue una verdadera montaña rusa, sin duda el mar más revuelto que me he encontrado en el Scalywag.

Chris W ha sido mi tripulante más asiduo este año. Los dos conocemos el barco y nos conocemos el uno al otro. Navegamos con naturalidad. Maniobras que en otros barcos se hacen a gritos nosotros las hacemos sin apenas cruzar palabra. Otro Chris, Chris N, también ha jugado un papel importante esta temporada. Él tiene un barco, el Arc Angel, más grande, más nuevo y mejor que el mío (con el que, entre otras cosas, ha circunnavegado Gran Bretaña), pero lo tiene de chárter, así que a menudo no está a su disposición. Chris N vino con nosotros al Deben. La vuelta fue muy dura, y lo habría sido más sin los dos Chrises a bordo. En la travesía a Gravelines, Chris N estaba ocupado el día que salimos, pero esa noche se fue en tren a Calais para unirse allí a nosotros. En la travesía a Boulogne, el Scallywag se citó con el Arc Angel en Dover, la primera vez que se veían. Desde allí fuimos juntos hasta Boulogne. Luego nosotros nos volvimos hacia el norte y Chris N siguió con el Arc Angel hacia el sur por la costa de Normandía.

Lo más agradable de la temporada es que me ha dejado con ganas de más. Ya estoy con cartas y portulanos planeando las aventuras del verano que viene: a Honfleur, en la desembocadura del Sena, hacia el sur, y a Lowestoft, Southwold y los ríos Ore y Alde hacia el norte. Me gusta ampliar mi radio de acción así, poco a poco, como cuando mojas el pincel en la pintura que ya has aplicado y la extiendes. Así tardo más en conseguir cosas, a veces demasiado, pero de otra manera no me siento a gusto.

Puertos que he visitado con el Scallywag

lunes, 23 de julio de 2012

Las orillas del Támesis

Damián al final del trayecto. Detrás de él la desembocadura del río Darent, donde acaba Londres, y  al fondo el puente de la M25, el único puente entre el de la torre y el mar.
Mi hijo Damián y yo terminamos ayer de recorrer los 118 kilómetros de rutas peatonales que flanquean el Támesis a su paso por Londres. Lo hemos hecho en quince etapas. Cuando empezamos, hace casi un año y medio, Damián tenía ocho años. Ahora tiene diez. Empezamos donde el río entra en Londres, a la altura de Hampton Court, y ayer lo vimos salir, un poco más allá de Erith. El recorrido ofrece un panorama inigualable de la ciudad, tal como es, no como te la presentan o te la imaginas.

Al principio el río recorre kilómetros y kilómetros de barrios burgueses, en los que se respira bienestar y buen gusto. Lo digo con más envidia que ironía.

Luego llega a los centros de poder político, legal y financiero, desde el parlamento hasta la Torre de Londres. Este tramo es también el centro de la industria turística, el que ves inevitablemente si vienes a Londres de visita.

El río a partir de allí es lo que fue en su día el puerto más grande del mundo. Ahora el puerto ha desaparecido, y en sus muelles y en los barrios proletarios que lo rodeaban han ido surgiendo desde los años ochenta promociones inmobiliarias residenciales y comerciales de alto nivel de arquitectura arrogante.

Desde allí, con la excepción gloriosa del Real Colegio Naval de Greenwich, lo que se ve desde el río es la parte de la ciudad que preferimos no ver, aunque tiene que existir para que río arriba se sigua viviendo bien: depósitos de combustible, almacenes de materiales de construcción y de chatarra, centros de distribución de cadenas de supermercados, plantas de tratamiento de aguas residuales, incineradoras de basura, y barrios de gente resignada a vivir rodeada de todo esto. El río, sin embargo, pasa inmutable, sin que el cambio de decorado disminuya en lo más mínimo su dignidad.

He disfrutado muchísimo este recorrido. Ayer cuando terminamos tenía esa sensación agridulce que sientes cuando has hecho algo bueno que probablemente no vuelvas a hacer. El último tramo, desde Erith, es por un dique que separa el río de una marisma dickensiana. Pasamos un buen rato decidiendo quién de los dos iba a cruzar el primero la línea de meta imaginaria. Al final adoptamos la propuesta de Damián de cruzarla los dos a la vez, bajo la mirada atenta de un caballo de un gitano que estaba ahí atado a una estaca, como para dar realce al acontecimiento.

Aquí he puesto fotos del recorrido, y a continuación, para que quede constancia, están los detalles del trayecto. En los tramos en los que la ruta se puede seguir por las dos orillas íbamos por una y volvíamos por la otra:


1
6 de Febrero 2011
Desde el Puente de Hampton Court hasta la Esclusa de Teddington
Damián
7.6
2
13 de Febrero 2011
Desde la Esclusa de Teddington hasta el Puente de Richmond (ida y vuelta)
Damián e Inma
9.8
3
27 de Febrero 2011
Desde el Puente de Richmond hasta el de Kew (ida y vuelta)
Damián, Inma y Alicia
11.4
4
27 de marzo 2011
Desde el Puente de Kew hasta la Pasarela de Barnes (ida y vuelta)
Damián
7.8
5
25 de Abril 2011
Desde la Pasarela de Barnes hasta el Puente de Putney (ida y vuelta)
Damián e Inma
12
6
1 de Mayo 2011
Desde el Puente de Putney hasta el de Battersea (ida y vuelta)
Damián e Inma
10
7
22 de Mayo 2011
Desde el Puente de Battersea hasta el de Chelsea (ida y vuelta)
Damián
3.9
8
5 de Junio 2011
Desde el Puente de Chelsea hasta el de Lambeth (ida y vuelta)
Damián e Inma
6.7
9
11 de Septiembre 2011
Desde el Puente de Lambeth hasta el de la Torre (ida y vuelta)
Damián, Inma y Alicia
9.7
10
22 de Enero 2012
Desde el Puente de la Torre hasta los Jardines de la Isla (orilla norte)
Damián
7.7
11
1 de Abril 2012
Desde el puente de la torre hasta Greenwich (orilla sur)
Damián
9.2
12
29 de Abril 2012
Desde Greenwich hasta la Cúpula del Milenio
Damián
3.3
13
7 de Mayo 2012
Desde la Cúpula del Milenio hasta el túnel de peatones de Woolwich
Damián e Inma
6
14
24 de Mayo 2012
Desde el túnel de peatones de Woolwich hasta Crabtree Manorway
Damian e Inma
7
15
22 de Julio 2012
Desde Crabtree Manorway hasta el río Darent
Damián
6.4




118.5

martes, 19 de junio de 2012

El limpiacristales de Pina Bausch



Pina Bausch murió hace tres años, pero su compañía, el Tanztheater Wuppertal, sigue viva. Anoche fuimos a verlos en el Saddler’s Wells, y aunque hace tiempo que no escribo aquí sobre los muchos conciertos, exposiciones y espectáculos interesantes a los que he tenido la suerte de asistir, siento la obligación de dejar constancia de esta experiencia maravillosa. La obra era Fensterputzer, el limpiacristales, de 1997. Es parte de una serie de composiciones inspiradas en diversas ciudades del mundo. El limpiacristales está inspirada en Hong Kong.

Cuando se encienden las luces, más o menos la cuarta parte del escenario está ocupado por una montaña ENORME de flores rojas, muy rojas. Toda la acción transcurre en la presencia de la montaña de flores. Por sus laderas se revuelcan los bailarines/actores; tirando flores al aire hacen un espectáculo de fuegos artificiales; con flores que sacan de la montaña cubren el resto del escenario de unos diseños misteriosos; una fila interminable de escaladores ascienden a la cima por un lado y descienden por el otro; un esquiador hace unas cuantas bajadas por sus laderas, y la montaña entera se da un garbeo por el escenario empujada por una docena de bailarines.

Son tres horas de poesía visual centrada en el gesto humano, a veces en forma de baile, a veces no, con una creatividad inagotable, basada en la observación profunda de lo aparentemente superficial, pasando sin solución de continuidad del humor a la melancolía, tejiendo hebra a hebra un tapiz que representa la vida humana en su gloriosa trivialidad.

Supe por primera vez de Pina Bausch durante la carrera, y desde entonces he considerado su estilo, su tono de voz, como la manera correcta de enfrentarse uno al mundo. El mundo no es ni más ni menos interesante de lo que conseguimos hacerlo nosotros, y nunca me ha parecido tan valioso como cuando lo veo por los ojos de Pina Bausch, que en paz descanse.

martes, 12 de junio de 2012

Los padres del padre de mi madre



Mi bisabuelo Avelino García-Muro nació en Madrid en 1882. Mi bisabuela Emilia Bravo nació en 1885 en Santa María del Tiétar, provincia de Ávila, que entonces se llamaba Escarabajosa, pero se crió en Madrid con una tía suya que tenía una fonda en la Cava Baja.

El padre de Avelino y sus antepasados eran de pueblos del extremo suroeste de la provincia de Madrid y de zonas colindantes de las provincias de Ávila y Toledo. Parece que su padre, nacido en Cenicientos, se dedicaba a llevar a Madrid vino de esa zona. Su abuelo paterno era maestro en San Martín de Valdeiglesias. El primer García Muro que he podido identificar nació en Méntrida, provincia de Toledo, a mediados del siglo XVIII. La madre de Avelino y sus antepasados eran de Orbaneja Rio Pico, provincia de Burgos, y otros pueblos de los alrededores. Ya estaban allí en el siglo XVII.

Todos los antepasados de Emilia de que tengo noticia eran de Santa María del Tiétar, pero de esa rama de la familia tengo muy poca información porque los libros sacramentales de la parroquia no se conservan.

La familia de Avelino y Emilia tenía mucho contacto con Santa María del Tiétar. De pequeño mi abuelo pasaba mucho tiempo allí, descalzo y asalvajado. Mi madre también pasó allí muchos veranos de su infancia. Yo no he estado nunca. Aunque Avelino no era de Santa María del Tiétar, le gustaba mucho el pueblo, y se hizo allí una casa para las vacaciones.

De la vida de Avelino y Emilia sé bastante poco a ciencia cierta. La madre de Avelino murió cuando sus hijos aún estaban en casa, y su padre se casó con una señora francesa. Los hijos no estaban a gusto y dejaron la casa del padre. Avelino se fue a vivir a una pensión. Parece que Avelino y Emilia se conocieron a través de la fonda de la tía de Emilia. Vivieron primero en el barrio de Chamberí y luego en Tetuán de las Victorias.

Avelino era mecánico. En Tetuán tenía su propio taller. No sé si antes también. De joven los domingos hacía el mantenimiento de las máquinas de escribir del Banco de España. Inventó una máquina de escribir. No sé si su invención era muy original o no, pero le concedieron la patente. En la memoria, suponiendo que la escribiera él, demuestra claridad de ideas y facilidad con el lenguaje. El preámbulo empieza así:
Las ventajas y utilidad de las máquinas de escribir son indudables. Desconocerlas o negarlas sería tanto como desconocer o negar la evidencia. Higiénicas para el operador por la posición que el cuerpo adopta al escribir; rapidez, limpieza en los escritos, gran economía de tiempo y dinero. Todas estas ventajas, que no hay para qué detallar ni explicar, justifican el empleo, mayor cada día, que se hace de esos aparatos y el desarrollo creciente en el arte de su construcción, sobre todo en el extranjero, donde ha llegado a constituir una rama importantísima de la industria mecánica.
Y este es uno de los planos que acompañan a la memoria:

El asunto de la máquina de escribir acabó mal. No sé los detalles, pero parece que los socios capitalistas con los que esperaba producirla y comercializarla le hicieron una mala jugada, y Avelino no obtuvo ningún beneficio de su invento. En la leyenda familiar se considera este incidente como la gran oportunidad perdida de Avelino. Creo que se fue a Tetuán a raíz de este fracaso. Allí se construyó su propia casa, con el taller incorporado. Me dicen que en Tetuán fue concejal del ayuntamiento, pero todavía no lo he verificado.

Emilia tuvo muchísimos hijos pero sólo cinco llegaron a adultos: tres varones y dos mujeres. Todos tuvieron descendencia.

Avelino y Emilia en el patio de su casa de Tetuán en 1938. A la derecha mis abuelos con su primera hija. A la izquierda  otros dos hijos de Avelino y Emilia.

Los que los conocieron dicen que Avelino y, sobre todo, Emilia eran de carácter difícil, propensos darles a las cosas más importancia de la que tienen.

Avelino murió en 1952. Emilia vivió hasta los años 70, a pesar de que en una carta a su hijo de 1946 dice estar ya “a las puertas de la muerte”.

A Emilia la conocí. Ella era muy mayor y yo muy pequeño, pero la recuerdo. Es la única de mis ochos bisabuelos que todavía vivía cuando nací yo. También conocí a las dos hermanas de Avelino, y a un cuñado de Emilia que venía del pueblo a Madrid todas las Navidades, como transportado por una máquina del tiempo, con un saquito de castañas, para pedirle a mi abuelo el aguinaldo.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Los padres de la madre de mi padre



Mi bisabuelo Remigio Vitoria nació en San Andrés de Soria en 1865. Mi bisabuela Fidela Fernández nació en León en 1872.

Remigio era militar. Estuvo destinado en Cuba desde que se alistó en 1886 hasta 1892, y desde 1896 hasta 1898. Allí participó en numerosas acciones de combate, en algunas campañas casi a diario. Le concedieron la cruz de primera clase de la Orden del Mérito Militar con distintivo rojo y le ascendieron a teniente segundo. Entre sus dos estancias en Cuba estuvo destinado en Burgos. Se casó con una burgalesa que murió un año después. Antes de salir para Cuba por segunda vez estuvo destinado unos meses en León. Al volver de Cuba en el 98, tras unos meses de convalecencia en su pueblo por la enfermedad que le hizo volver a la península, fue destinado otra vez a León, y al año siguiente se casó con Fidela y se fueron a vivir a San Andrés.

Remigio en Cuba en Enero de 1898

Los antepasados de Remigio eran todos de la comarca de El Valle, en el norte de la provincia de Soria: los de su padre, de Almarza y San Andrés; los de su madre, de Rollamienta y Valdeavellano. En Almarza nacieron diez generaciones de Vitorias. Ya estaban allí cuando se empezaron a registrar los bautismos a mediados del siglo XVI. El Valle se engloba  a veces en la comarca llamada las Tierras Altas y el Valle, que incluye además los lugares de origen de los antepasados de mi abuelo paterno. El 37,5% de mi ADN, cuarto y mitad, proviene de las Tierras Altas y el Valle. El resto está más desperdigado.

El padre de Fidela y sus antepasados eran de pueblos de la comarca de Boñar, en la provincia de León. Él era zapatero. Los padres de la madre de Fidela se habían criado los dos en el Hospicio de León.

Remigio era un hombre notable en San Andrés. Tenía un aserradero en un pueblo de la comarca. Fue alcalde. Hizo el primer inventario del contenido del arca de San Andrés y Almarza. Fue responsable de la construcción de la fuente que todavía está en el centro de la plaza del pueblo. Cuando yo era pequeño, no sé ahora, el agua del grifo no era potable. Había que ir a llenar los botijos a la fuente que había hecho Remigio. Vete a saber hasta dónde había que ir antes de que se hiciera la fuente. Las fiestas de San Andrés no son en honor de una virgen o santo, sino de la inauguración de la fuente en 1906.

Remigio y Fidela llegaron a San Andrés con una hija que tuvo Remigio con su primera mujer. Es la niña que está con ellos en la foto. Murió al poco tiempo. Ellos tuvieron dos hijos y tres hijas. Los hijos murieron jóvenes, uno de ellos de una enfermedad que trajo de la Guerra de África. Dos de las hijas se quedaron solteras. Sólo mi abuela tuvo descendientes.

La familia al completo. Mi abuela de pie detrás de su madre

Al comienzo de la Guerra Civil, los sublevados fueron a ver a Remigio para que se uniera a la causa. Él se negó, alegando su avanzada edad y delicado estado de salud, por lo que le confiscaron las armas, dejando un recibo que dice:
Relación de armas que nos hacemos cargo de Don Remigio Vitoria de San Andrés:
1 Revólver niquelado de 5 tiros y funda
1 Revólver reglamento de 6 tiros con funda
1 Revólver antiguo
1 Machete Máuser
1 Puñal con su funda
1 Sable reglamento
1 Escopeta marca Jabalí funda cuero calibre 16
Varias municiones de arma corta
El jefe de las milicias
(Firma ilegible)
¡Menudo arsenal tenía Remigio en casa!

La sublevación tuvo otra consecuencia algo más seria para esta familia. En una sucesión de acontecimientos que no he conseguido aclarar, las dos hijas solteras de Remigio y Fidela pasaron siete meses en la cárcel de Soria, entre 1936 y 1937.

Parece que Remigio era un hombre afable, sencillo y generoso, querido por todo el pueblo, con fama de mujeriego. Fidela, por el contrario, debía de ser una beata seca y estirada, con su propio reclinatorio en la iglesia, un poco demasiado consciente de su estatus como esposa de Don Remigio.

En materia de religión, en este matrimonio había una clara división de opiniones: cuando Fidela quería llevar a su nieta (mi tía) a la iglesia, tenía que sacarla de casa escondida entre sus refajos. Supongo que la impiedad de Remigio sería la razón por la que el párroco de San Andrés decidió retirar la placa que había en la iglesia recoradando a su hijo muerto al volver de la Guerra de África.

Remigio murió en 1945 y Fidela cuatro años después.

San Andrés es el único lugar de origen de mis antepasados con el que he tenido contacto directo. Cuando llegaron a San Andrés, Remigio y Fidela construyeron una casa. En esa casa pasé muchas de las vacaciones de mi infancia. Era y es una de las mejores casas del pueblo, con cinco dormitorios, un gran desván, cuadra, un patio a la entrada y otro más grande detrás. Lo que la distinguía más claramente de casi todas las casas del pueblo es que la cuadra tenía una entrada independiente. En las otras, cuando las vacas bajaban de la dehesa al atardecer para que las ordeñaran, entraban a sus casas por la misma puerta que las personas, pasando por el comedor para llegar a sus aposentos. En cualquier caso, nosotros no teníamos vacas.

De San Andrés tengo recuerdos buenos y malos. Había gente buena que nos quería y nos llevaba a trillar, o a ordeñar, o a traer paja de los prados en carros de madera con dos ruedas también de madera, tirados por dos vacas, con los niños a la vuelta encaramados y medio hundidos en la descomunal montaña de paja que oscilaba precariamente con cada bache del camino. Esos eran buenos momentos. Por otro lado, yo era un niño muy cobarde, y en ese pueblo me daba miedo casi todo: los ratones, los gatos, los perros, las vacas, el desván, la habitación de atrás y sobre todo las humillaciones a que nos sometían los chicos del pueblo, más fuertes y valientes que nosotros.

Encima del pueblo había una era, de hierba rapada por las ovejas. En el centro de esta era había una ermita. Más allá, hacia la izquierda, estaba la dehesa, donde subían las vacas todas las mañanas a pastar, y al fondo, como las gradas de un teatro cósmico, la Sierra de Cebollera. Esta distribución geográfica está grabada en mi cerebro como un arquetipo fundamental de mi concepción del espacio. En los últimos años he ido a San Andrés un par de veces, después de una larga ausencia, y contemplar esta perspectiva me ha producido un profundo bienestar, a pesar de que ahora haya un polígono industrial en la era, justo al lado de la ermita.

jueves, 3 de mayo de 2012

Los padres del padre de mi padre



Mi bisabuelo Dionisio Zalabardo nació en 1861 en Yanguas, provincia de Soria. Mi bisabuela Candelas Zalabardo nació en 1867 en Almenar, provincia de Soria. La familia de Candelas también era de Yanguas, pero su padre era guardia civil y Candelas nació cuando él estaba destinado en Almenar. Aunque tenían el mismo apellido, el parentesco era muy remoto: el tatarabuelo de Dionisio era sobrino del tatarabuelo de Candelas. Sus hijos, claro está, se llamaban Zalabardo de primer apellido y Zalabardo de segundo. Uno de ellos rizó el rizo al casarse con una sobrina de Candelas que también se llamaba Zalabardo de segundo apellido.

No sé apenas nada de la vida de Dionisio y Candelas. Parece que se fueron a vivir a Málaga, donde nació su primer hijo. Allí tuvieron una ferretería en la calle Larios. Luego se establecieron en Soria capital y allí nació el resto de sus hijos, incluido mi abuelo. Tuvieron un despacho de pan en la calle Collado. Dionisio fue conserje del Nuevo Círculo Mercantil e Industrial. Sin embargo, en la partida de nacimiento de mi abuelo declara ser jornalero de profesión. Vivieron en la plaza de Ramón Benito Aceña y luego en la calle de la Zapatería. Tuvieron seis hijos. Una hija murió a los dieciocho años. De los demás, una se fue a vivir a Barcelona y los otros cuatro se establecieron en Madrid. Dionisio y Candelas murieron en Soria, él en 1940 y ella en el 41. Mi tía recuerda visitarlos de pequeña en su piso de la calle de la Zapatería cuando ya eran muy ancianos.

De su forma de ser no sé nada. No recuerdo que de pequeño nadie me contara historias suyas, y los que los conocieron ya no están entre nosotros. El único episodio de su vida cotidiana de que tengo noticia es el que aparece en el siguiente artículo de un diario de Soria de 1910:
Padre desnaturalizado y niño aventurero 
Ayer por la mañana, fué recogido y depositado en la Inspección de Vigilancia el niño Agustín Zalabardo, de 12 años de edad, hijo del practicante de Renieblas, que en la noche anterior fue maltratado y despedido del hogar paterno por el cariñoso autor de sus días. 
El niño se dirigió a Soria para buscar hospitalidad en casa de su próximo pariente Dionisio Zalabardo, quien pasando por toda clase de escabrosidades ha recogido al pequeñuelo. 
Nuestros lectores recordarán de una información publicada por nosotros en 31 de Mayo último. Nos referíamos á este niño que acompañando á una tía suya llamada Bertrina, presenció la explosión de la bomba que el anarquista Corenglia conducía en la noche del 24 de mayo último. 
Decididamente. Este niño está llamado á figurar en la crónica de sucesos. 
Antes fue por coincidencias muy naturales; ahora ha sido por el salvajismo de su padre que lo maltrata y lo echa de casa para que sea carne de las soledades. 
¿No habrá castigo para el practicante de Renieblas, padre de Agustín Zalabardo?

El practicante desnaturalizado era hermano de Dionisio.

He identificado a más de ciento veinte antepasados de Dionisio y Candelas, remontándome en muchas ramas hasta el siglo XVII. Prácticamente todos eran de Yanguas y pueblos de los alrededores. Yanguas es el último pueblo de la actual provincia de Soria por la carretera de Garray a Arnedo, en la sierra que separa la Meseta del valle del Ebro. Está a orillas del Cidacos, por lo que pertenece ya a la cuenca hidrográfica del Ebro. El mes pasado estuve allí por primera vez. Es un pueblo serrano pintoresco, de casas adustas de mampostería. El paisaje es agreste, sin concesiones. Resulta difícil imaginar las aguas de su río disolviéndose en las del Mediterráneo.

En Yanguas nacieron seis generaciones de Zalabardos. El primero, Pedro Zalabardo la Veria, trastatarabuelo de Dionisio, nació en 1704. Sus antepasados venían de Enciso, el siguiente pueblo yendo hacia Arnedo desde Yanguas, ya en la Rioja actual. El abuelo de Pedro, Juan Zalabardo Cuadra, nació en Enciso en 1650. Su tatarabuelo, Juan Zalabardo, también nació en Enciso, a finales del siglo XVI o principios del XVII. Ahí les pierdo la pista. También estuve en Enciso el mes pasado. Es similar a Yanguas, aunque las fachadas encaladas ya le dan un cierto aire riojano.

Hace unos meses no sabía nada de Dionisio y Candelas, ni siquiera sus nombres. Ahora siento una cierta conexión abstracta con esta maraña de yangüeses que aportaron la cuarta parte de mi acervo genético. No sé qué parte de mí viene de ellos, pero siento, aunque parezca ridículo, que no quiero defraudarlos.

domingo, 29 de abril de 2012

Los padres de mi madre



Mi abuelo Emilio García-Muro nació en Madrid en 1910. Mi abuela Trinidad Clivillés nació en 1914, también en Madrid. Se conocieron en una academia de dibujo, donde Emilio aprendía dibujo técnico y Trinidad dibujo artístico. El padre de Emilio era mecánico; el de Trinidad, escultor. Emilio trabajaba en el taller mecánico de su padre en Tetuán de las Victorias. La familia de Trinidad había visto tiempos mejores, y las hijas se tuvieron que poner a trabajar. Trinidad trabajaba de modista: una modistilla de Madrid.

Cuando empezó la Guerra Civil, la familia de Emilio apoyaba el alzamiento y la de Trinidad la República. Sin embargo la familia de Emilio se quedó en Madrid, mientras que la de Trinidad se fue a Albacete huyendo de los bombardeos. Para evitar separarse, Emilio y Trinidad se casaron en Noviembre del 36. Como las iglesias de Madrid estaban cerradas, se casaron en el juzgado de Chamberí, Trinidad vestida de miliciana, que era lo prudente. Cuando terminó la guerra y reabrieron las iglesias, Emilio expresó al párroco su intención de casarse por la iglesia, pero como Trinidad estaba embarazada (de mi madre), el párroco les dijo que sólo podía ser a las seis de la mañana, para no causar escándalo. Parece que ninguna de las dos Españas resolvió la boda de Emilio y Trinidad de manera satisfactoria.

Cuando se casaron se fueron a vivir a Tetuán. Allí nacieron sus tres hijas (la primera murió siendo niña). Emilio siguió trabajando en el taller de su padre. Parece que la relación laboral entre padre e hijo no se adaptó a la nueva situación personal de Emilio, casado y con dos hijas. Emilio no estaba a gusto. En 1946, cuando iba a nacer su hijo, con un hermano de Trinidad como socio capitalista, abrió su propio taller en el barrio de las Ventas y dejó el de su padre. Su padre se ofendió y no volvió a dirigirle la palabra. Recordar este incidente con su padre seguía llenando a Emilio de tristeza años después. Lo mismo les ocurría tanto a Emilio como a Trinidad con la muerte de su primera hija. Eran como dos heridas mal cerradas.

Cuando Emilio abrió su taller, al principio siguieron viviendo en Tetuán, pero unos años después se mudaron a las Ventas, al piso que yo conocí. En las Ventas los comienzos fueron difíciles, pero salieron adelante, aunque nunca vivieron bien. El taller se dedicaba principalmente a fabricar pulidoras y cortadoras de mármol y terrazo diseñadas por Emilio. De adolescente yo trabajé algunos veranos en el taller. Aprendí a manejar tornos y fresadoras. También aprendí a serrar, limar, clavar y atornillar como Dios manda. Parece una tontería, pero ver a los que no lo saben hacer me produce el mismo reparo que ver a quien no sabe usar los cubiertos. Todavía me parece de vez en cuando que habría sido más feliz dedicado a la mecánica, y que hago filosofía como la haría un mecánico.

Emilio posando orgulloso con una de sus creaciones

Yo tuve mucho contacto con Emilio y Trinidad. De pequeño, cuando vivíamos en Madrid, los veíamos a menudo. Los sábados por la tarde Emilio nos llevaba a mi hermano y a mí a algún cine de sesión continua a ver películas de tiros. Él cuando se aburría se salía al vestíbulo a fumarse un cigarro y a charlar con el acomodador.

Más tarde, cuando volví a Madrid a estudiar la licenciatura, viví con ellos. Durante esos años me convertí en el testigo principal de sus vidas. A pesar de las decepciones, rutinas y resentimientos acumulados inevitablemente durante tantos años de vida en común, estaba claro que estos dos ancianos todavía podían ver el uno en el otro al muchacho y la muchacha de quien se habían enamorado en la academia de dibujo hacía más de medio siglo. Estando yo allí, Emilio liquidó el taller y alquiló la nave. El alquiler le daba bastante más dinero de lo que ganaba con el taller. Cuando se resolvió este asunto parecía que iba a empezar la etapa más feliz y acomodada de la vida de Emilio y Trinidad, pero Trinidad enfermó enseguida, y ni ella ni él llegaron a disfrutar la nueva situación.

Emilio era un hombre enérgico y emprendedor. Sabía hacer cosas con las manos. Le gustaba pescar. Percibo una cierta similitud entre la manera en que él tomaba posesión de los alrededores de Madrid pescando en sus ríos y la manera en que yo tomo posesión de los alrededores de Londres navegando por sus estuarios. Disfrutaba de su café, copa y puro con la intensidad del que participa en un sacramento. Esto a mí me hacía sentirme incómodo.

Emilio y yo

Trinidad era menos enérgica y menos emprendedora, pero era una mujer entrañable. Creo que esperaba más de la vida. Le gustaba jugar a las siete y media, tomarse una copita de anís de vez en cuando y que Emilio la sacara en el coche los sábados a merendar y a ver una película en un cine de estreno de la calle Fuencarral.

Trinidad y mi madre

miércoles, 25 de abril de 2012

Los padres de mi padre



Mi abuelo Dionisio Zalabardo nació en Soria en 1902. De Soria emigró a Madrid para trabajar en una tienda de comestibles cerca de la calle Mayor. Luego entró a trabajar como conductor del metro de Madrid. Este fue su empleo el resto de su vida. Mi abuela Margarita Vitoria nació en San Andrés de Soria en 1904. Emigró a Madrid para servir en casa del pintor Maximino Peña Muñoz.

Dionisio y Margarita, dos sorianos en Madrid, se conocieron en el tren de Soria a Madrid. Vivían en el barrio de las Ventas, en un piso pequeño de la calle Francisco Navacerrada que no tenía ducha ni bañera hasta que no la instaló un yerno suyo. Tuvieron tres hijos.

En la Guerra Civil Dionisio sirvió en el ejército republicano en un regimiento que custodiaba unos depósitos o almacenes en la llamada Casa de la Tinaja, ubicada, según tengo entendido, en los alrededores del actual Recinto Ferial de Madrid. Al terminar la guerra estuvo dos veces en la cárcel, entre el 30 de Marzo y el 27 de Abril, y entre el 13 de Julio y el 11 de Agosto de 1939. Cuando nació su hijo, mi padre, Dionisio estaba en la cárcel.

Tengo el expediente correspondiente a su segunda entrada en prisión. Un teniente provisional de la Falange denunció a Dionisio y a dos vecinos suyos porque “cuando aparecieron los primeros cadáveres por las calles de Madrid, manifestaron a la portera que pronto aparecería el denunciante en el mismo lugar”. También los acusaba de saquear su casa e intentar asesinarlo. Dos meses después el denunciante retiró la acusación de saqueo, y Dionisio fue puesto en libertad.

De su primera entrada en prisión no sé nada a ciencia cierta, pero mi padre cuenta que se debió a que cuando se rindieron los defensores de la Casa de la Tinaja, mientras que otros soldados del regimiento mostraron júbilo y agradecimiento por la liberación, Dionisio y un amigo suyo adoptaron una actitud más digna, de militar vencido que se rinde al vencedor.

De Margarita, que murió, cuando yo tenía once años, recuerdo sobre todo su sentido del humor irreverente, y la bicicleta que me regaló por mi comunión. Le gustaban mucho las cartas y los toros. A Dionisio no lo conocí, pues murió antes de nacer yo. Por las fotos parece que era un hombre despierto, jovial e irónico. Aquí lo tenemos en Barajas, el 14 de Abril de 1933, celebrando el segundo aniversario de la República:


La señora que está sentada a su lado, rehidratándose después de la lactancia, podría ser Margarita.

Aquí están los dos en una escena bucólica en Puerta de Hierro en 1928:


Y aquí está Dionisio, en los años 40, con mi padre:


martes, 24 de abril de 2012

Mis orígenes


El interés por los orígenes le viene a uno con la edad. Yo hasta hace poco no quería saber nada de la historia de mi familia. Es más, no es que no quisiera saber: quería no saber; quería sentir que mi vida empezaba de cero en vez de continuar una historia que yo no había empezado y que no parecía muy interesante. Cuando me contaban cosas de mis antepasados, hacía lo posible por no escuchar. Hace unos meses no hubiera podido nombrar a la mitad de mis bisabuelos.

Sin embargo, hace unos años empecé poco a poco a sentir curiosidad, y hace unos meses pasé a la acción, añadiendo la genealogía a mi ya larga lista de obsesiones. Empecé por casualidad, cuando encontré en internet un árbol genealógico en el que salía yo. Su autor resultó ser un primo segundo mío del que yo hasta entonces no tenía ni noticia. Examinando ese árbol fue tomando forma en mi mente una rama de mi familia (la de mi abuelo paterno) que hasta entonces había sido un borrón. El proceso me produjo un placer familiar, similar al que siento cuando consigo ver un problema filosófico con claridad.

Empecé poco a poco. Primero preguntando a mi madre, luego pidiendo partidas de nacimiento a registros civiles, y ahora ya a todo trapo, pidiendo partidas de bautismo en parroquias y archivos, e incluso viajando para examinar en persona libros sacramentales. Estoy haciendo un árbol genealógico de parientes de mis hijos. En él aparecen ya 1186 personas. 334 son antepasados directos míos. Algunas ramas del árbol se remontan al siglo XVI. En un futuro no muy lejano tendré toda la información sobre mis antepasados de la que queda constancia documental.

Todavía me queda mucho por saber, pero creo que ya tengo una idea bastante exacta de mis orígenes. Yo nací en Madrid, y mis padres también. De mis cuatro abuelos, dos nacieron en Madrid. De mis dieciséis tatarabuelos, sólo uno nació en Madrid. Entre mediados del siglo XIX y principios del XX, las distintas ramas de mi familia fueron llegando a Madrid. Venían de pueblos pequeños en los que sus antepasados habían vivido durante siglos, casándose con sus vecinos o, a lo sumo, con gente del pueblo de al lado. Sólo uno de mis tatarabuelos tenía unos orígenes un poco más amenos. Aquí están las zonas de donde proceden, junto con los porcentajes que representan en mi herencia genética:

Yanguas (Soria) y pueblos de los alrededores
25%
San Martín de Valdeiglesias (Madrid) y otros pueblos entre el extremo suroeste de la provincia de Madrid y la de Ávila
18.75%
Almarza (Soria) y pueblos de los alrededores.
12.5%
Pueblos de la zona de Boñar (León) (y el Hospicio de León)
12.5%
Chiloeches (Guadalajara)
12.5%
Orbaneja Río Pico (Burgos) y pueblos de los alrededores
6.25%
La franja mediterránea: Murcia, Valencia y Cataluña
6.25%
La ciudad de Albacete
3.125%
Villagarcía del Llano (Cuenca)
3.125%

En la mayoría de estos sitios no estado nunca, ni sabía, hasta hace unos meses, que tuvieran nada que ver conmigo. Algunos no sabía ni que existían. A lo mejor no son los lugares en los que yo habría elegido ubicar mis orígenes, pero esta es una de las cosas que no puedes elegir. Vienes de donde vienes, te guste o no te guste, y esta tabla dice de dónde vengo yo.