Todos los participantes del seminario, excepto Soldati y yo, eran estudiantes de postgrado o ayudantes de cátedra en Friburgo. Estas fábricas de filósofos están llenas de jóvenes inteligentes que podrían vivir muy bien y muy tranquilos con sus familias en sus lugares de origen, pero renuncian a todo esto para dedicarse a la filosofía. No estoy seguro de que la filosofía, tal y como yo la conozco, pueda proporcionar la recompensa que se merecen estos sacrificios.
El balneario estaba en el Valais, que es el valle del Ródano antes de desembocar en el Lago Lemán. Es una amplia llanura rodeada de montañas descomunales. Tanto la llanura como las laderas están cubiertas de viñas. Resulta que los suizos también hacen vino. Nosotros estábamos en un pueblo a media altura entre la llanura y las cumbres. La clientela del balneario era gente modesta disfrutando de un sucedáneo del mundo de La montaña mágica, paseándose por los pasillos en los albornoces y las chanclas que te proporcionaba el hotel.
Lo pasé muy bien esquiando, con un grupo de filósofos suizos que me daban cien vueltas. El español iba siempre a la zaga y un poco precario, pero con dignidad y sin complejos, naturalmente. Nunca hasta ahora había tenido conversaciones filosóficas en un telesilla.
A la vuelta me bajé del tren en Montreux y me di un largo paseo por la orilla del lago hasta el castillo de Chillon. Era una mañana fría con un resol delicioso. En sitios así, en momentos así, el mundo te sonríe.

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