Mi bisabuelo Remigio Vitoria nació en San Andrés de Soria en 1865. Mi bisabuela Fidela Fernández nació en León en 1872.
Remigio era militar. Estuvo destinado en Cuba desde que se alistó en 1886 hasta 1892, y desde 1896 hasta 1898. Allí participó en numerosas acciones de combate, en algunas campañas casi a diario. Le concedieron la cruz de primera clase de la Orden del Mérito Militar con distintivo rojo y le ascendieron a teniente segundo. Entre sus dos estancias en Cuba estuvo destinado en Burgos. Se casó con una burgalesa que murió un año después. Antes de salir para Cuba por segunda vez estuvo destinado unos meses en León. Al volver de Cuba en el 98, tras unos meses de convalecencia en su pueblo por la enfermedad que le hizo volver a la península, fue destinado otra vez a León, y al año siguiente se casó con Fidela y se fueron a vivir a San Andrés.
Remigio en Cuba en Enero de 1898 |
Los antepasados de Remigio eran todos de la comarca de El Valle, en el norte de la provincia de Soria: los de su padre, de Almarza y San Andrés; los de su madre, de Rollamienta y Valdeavellano. En Almarza nacieron diez generaciones de Vitorias. Ya estaban allí cuando se empezaron a registrar los bautismos a mediados del siglo XVI. El Valle se engloba a veces en la comarca llamada las Tierras Altas y el Valle, que incluye además los lugares de origen de los antepasados de mi abuelo paterno. El 37,5% de mi ADN, cuarto y mitad, proviene de las Tierras Altas y el Valle. El resto está más desperdigado.
El padre de Fidela y sus antepasados eran de pueblos de la comarca de Boñar, en la provincia de León. Él era zapatero. Los padres de la madre de Fidela se habían criado los dos en el Hospicio de León.
Remigio era un hombre notable en San Andrés. Tenía un aserradero en un pueblo de la comarca. Fue alcalde. Hizo el primer inventario del contenido del arca de San Andrés y Almarza. Fue responsable de la construcción de la fuente que todavía está en el centro de la plaza del pueblo. Cuando yo era pequeño, no sé ahora, el agua del grifo no era potable. Había que ir a llenar los botijos a la fuente que había hecho Remigio. Vete a saber hasta dónde había que ir antes de que se hiciera la fuente. Las fiestas de San Andrés no son en honor de una virgen o santo, sino de la inauguración de la fuente en 1906.
Remigio y Fidela llegaron a San Andrés con una hija que tuvo Remigio con su primera mujer. Es la niña que está con ellos en la foto. Murió al poco tiempo. Ellos tuvieron dos hijos y tres hijas. Los hijos murieron jóvenes, uno de ellos de una enfermedad que trajo de la Guerra de África. Dos de las hijas se quedaron solteras. Sólo mi abuela tuvo descendientes.
La familia al completo. Mi abuela de pie detrás de su madre |
Al comienzo de la Guerra Civil, los sublevados fueron a ver a Remigio para que se uniera a la causa. Él se negó, alegando su avanzada edad y delicado estado de salud, por lo que le confiscaron las armas, dejando un recibo que dice:
Relación de armas que nos hacemos cargo de Don Remigio Vitoria de San Andrés:
1 Revólver niquelado de 5 tiros y fundaEl jefe de las milicias
1 Revólver reglamento de 6 tiros con funda
1 Revólver antiguo
1 Machete Máuser
1 Puñal con su funda
1 Sable reglamento
1 Escopeta marca Jabalí funda cuero calibre 16
Varias municiones de arma corta
(Firma ilegible)¡Menudo arsenal tenía Remigio en casa!
La sublevación tuvo otra consecuencia algo más seria para esta familia. En una sucesión de acontecimientos que no he conseguido aclarar, las dos hijas solteras de Remigio y Fidela pasaron siete meses en la cárcel de Soria, entre 1936 y 1937.
Parece que Remigio era un hombre afable, sencillo y generoso, querido por todo el pueblo, con fama de mujeriego. Fidela, por el contrario, debía de ser una beata seca y estirada, con su propio reclinatorio en la iglesia, un poco demasiado consciente de su estatus como esposa de Don Remigio.
En materia de religión, en este matrimonio había una clara división de opiniones: cuando Fidela quería llevar a su nieta (mi tía) a la iglesia, tenía que sacarla de casa escondida entre sus refajos. Supongo que la impiedad de Remigio sería la razón por la que el párroco de San Andrés decidió retirar la placa que había en la iglesia recoradando a su hijo muerto al volver de la Guerra de África.
Remigio murió en 1945 y Fidela cuatro años después.
San Andrés es el único lugar de origen de mis antepasados con el que he tenido contacto directo. Cuando llegaron a San Andrés, Remigio y Fidela construyeron una casa. En esa casa pasé muchas de las vacaciones de mi infancia. Era y es una de las mejores casas del pueblo, con cinco dormitorios, un gran desván, cuadra, un patio a la entrada y otro más grande detrás. Lo que la distinguía más claramente de casi todas las casas del pueblo es que la cuadra tenía una entrada independiente. En las otras, cuando las vacas bajaban de la dehesa al atardecer para que las ordeñaran, entraban a sus casas por la misma puerta que las personas, pasando por el comedor para llegar a sus aposentos. En cualquier caso, nosotros no teníamos vacas.
De San Andrés tengo recuerdos buenos y malos. Había gente buena que nos quería y nos llevaba a trillar, o a ordeñar, o a traer paja de los prados en carros de madera con dos ruedas también de madera, tirados por dos vacas, con los niños a la vuelta encaramados y medio hundidos en la descomunal montaña de paja que oscilaba precariamente con cada bache del camino. Esos eran buenos momentos. Por otro lado, yo era un niño muy cobarde, y en ese pueblo me daba miedo casi todo: los ratones, los gatos, los perros, las vacas, el desván, la habitación de atrás y sobre todo las humillaciones a que nos sometían los chicos del pueblo, más fuertes y valientes que nosotros.
Encima del pueblo había una era, de hierba rapada por las ovejas. En el centro de esta era había una ermita. Más allá, hacia la izquierda, estaba la dehesa, donde subían las vacas todas las mañanas a pastar, y al fondo, como las gradas de un teatro cósmico, la Sierra de Cebollera. Esta distribución geográfica está grabada en mi cerebro como un arquetipo fundamental de mi concepción del espacio. En los últimos años he ido a San Andrés un par de veces, después de una larga ausencia, y contemplar esta perspectiva me ha producido un profundo bienestar, a pesar de que ahora haya un polígono industrial en la era, justo al lado de la ermita.
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