Hace un
par de años empecé a pintar con acuarelas. No se me da muy bien. Requiere un
dominio de los materiales que no tengo tiempo de desarrollar. Pinto retratos
para la fiesta del retrato de Julia Kay, y de vez en cuando alguno me sale
bien.
También pinto bodegones simples, y a veces, como de casualidad, hago uno que no está mal.
Me gustaría pintar paisajes, pero todavía no he conseguido hacer uno que no me parezca repugnante.
Por
medio de las acuarelas he descubierto el mundo de los pigmentos. Un pigmento es
una sustancia química utilizada por su color, para teñir tejidos o plásticos,
para pintar paredes, carrocerías de coches o señales de tráfico y, entre otras
cosas, para producir acuarelas.
Los
pigmentos se descubren en los laboratorios de química. Hay los que hay. No
podemos decidir libremente producir un pigmento de un color y características
determinadas. Si no existe o no lo conocemos no hay nada que hacer. Hay unos
cien pigmentos que se utilizan para fabricar acuarelas. Algunos colores se
hacen con un solo pigmento, otros con una mezcla de dos o tres. Para mí los primeros son los que tienen
gracia: si hay que mezclar algo ya lo mezclo yo.
Si
quieres pintar tienes que decidir qué colores usar. En realidad da un poco
igual, pero es difícil no obsesionarte con la pregunta. Hay quien pinta con
muchos colores, pero a mí eso no me atrae. Lo que yo quiero saber es cuál es la
colección más pequeña de colores que me permite pintar todo lo que quiero.
Hasta ahora he usado doce, que son los que caben en mi caja de pinturas. Cuando
añado uno quito otro. Pero ahora he llegado a la conclusión de que puedo
reducirlos a la mitad, que puedo pintar todo lo que quiero pintar con sólo seis
colores. Os presento mi paleta minimalista.
Son
todos más o menos transparentes, permanentes, no-tóxicos y baratos. Como podéis
ver son dos rojos, dos amarillos y dos azules.
Los
rojos son el granate de perileno y el rosa de quinacridona, ambos descubiertos hacia
el final de la década de 1950. El granate, este granate, es un color
maravilloso. Parece la sangre que sueltan los filetes de vaca. Verlo extenderse
sobre el blanco del papel me produce un
placer extraño, primitivo. A algunos les parece tan desagradable que no
pueden usar este pigmento. A mí me encanta. Una vez pinté un retrato sólo con
él. Pero lo que justifica su inclusión en mi paleta minimalista es, como se
verá, su utilidad en las mezclas.
El rosa de quinacridona por sí solo es un poco chillón, pero su versatilidad en las mezclas lo hace irremplazable.
De los
amarillos, el de benzimidazolona (benzimida, para los amigos) descubierto en
1960, es un amarillo central, ni verdoso ni anaranjado. No tiene ningún
carácter, pero cumple su papel a la perfección. El de arilida, descubierto en
1952, es un amarillo anaranjado. Se utiliza, entre otras cosas, para pintar las
líneas de las carreteras, las que son amarillas. Es un color que me cae mal.
Enseguida domina los paisajes, dándoles un aire artificial y un poco ridículo.
A veces al principio no sabes qué es lo que te desagrada, pero luego caes: es
ese amarillo. Sin embargo, como veremos a continuación, un amarillo anaranjado
es muy útil en las mezclas. Hay otros que no he probado, pero de momento éste
es el que uso.
De los
azules, el de ftalocianina de cobre beta (llamémoslo talo), descubierto en la
década de 1930, es un azul verdoso no muy bonito por sí solo, pero excelente en
las mezclas. El ultramar francés es el más antiguo de mis colores, utilizado
desde 1828. Es un azul rojizo, muy bonito, el único de mis colores con algo de
granulación: al mezclarlo con otros colores no acaba de integrarse del todo,
produciendo un efecto a menudo agradable. En realidad esa es su virtud
principal. Es menos intenso que los otros cinco colores, y en las mezclas
siempre sale perdiendo. Si me deshiciera de él no pasaría casi nada.
¿Y que
puedo pintar con estos colores? Casi todo.
El color carne es igual de fácil, aunque para eso me parece que vale casi cualquier combinación diluida de un rojo y un amarillo, con un poco de azul para las sombras.
El
matiz verdoso del azul talo da a los cielos un aire un poco artificial, aunque
a veces en invierno el cielo es así. Mezclándolo con el ultramar francés sale
un azul más de cielo. Con un poco de granate el cielo se vuelve nuboso.
Para
los verdes el azul talo con los amarillos da muchas posibilidades, que se
pueden apagar con un poco de granate. Con el ultramar francés no salen verdes
útiles.
Los
tonos neutros son los más complicados. Hasta ahora he usado colores tierra: el
sombra tostado, el siena tostado y el ocre amarillo. Ahora sé cómo mezclarlos
con mis seis colores, en concreto con el granate, el azul talo y uno de los
amarillos. En estas mezclas, diferencias ínfimas en las proporciones determinan
que en vez de marrón salga un tono verdoso o granate. Y el azul talo con el
granate, sin nada más, hacen un negro bastante oscuro.
Ahora
que he resuelto el asunto de los colores, ya sólo me queda aprender a pintar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario