viernes, 8 de octubre de 2010
La guerra y el honor
Antes para matar tenías que arriesgarte a que te mataran. Para darle un puñetazo a alguien te tenías que poner a tiro de los suyos, a no ser que fuera incapaz de darlos, pero atacar a alguien así siempre ha sido de cobardes. Este principio de reciprocidad lo ha ido erosionando la tecnología bélica, desde las lanzas, los arcos y flechas o las armaduras hasta las armas de fuego o los bombardeos aéreos, pero estos avances no eliminaban completamente el riesgo para el agresor, al menos mientras hubiera un mínimo equilibrio tecnológico entre ambos bandos. Sin embargo, en los recientes ataques aéreos con aviones sin tripulantes lanzados por Estados Unidos en Pakistán, los americanos han matado sin arriesgarse a que los mataran.
Los que pilotan estos aviones y disparan sus misiles (modelo Fuego Infernal) están instalados enfrente de una pantalla de ordenador en una base aérea a las afueras de Las Vegas. Parece que encuentran los mejores reclutas para este tipo de misiones entre los ases de los juegos de ordenador. Además de ser mucho menos arriesgadas, cabría esperar que estas matanzas a distancia fueran también menos ingratas para sus autores que las presenciales. Sin embargo parece que hay estudios que indican que las primeras dejan más lacras psicológicas que las segundas. La mente humana nunca dejará de darnos sorpresas, no todas desagradables.
No me resulta fácil criticar este modo de proceder. Un general que tiene la capacidad técnica de actuar así no estaría en su sano juicio si decidiera no utilizara, sobre todo contra un enemigo para el que todo parece valer. Y si no que le pregunten al soldado que tendría que arriesgar su vida si su general tomara esa decisión. Aún así, esta situación me produce un gran desasosiego. No puedo dejar de sentir que eso no está bien, y que cuando los agredidos se venguen nos lo habremos merecido. Entiendo que estos escrúpulos obedecen a un instinto irracional, pero lo mismo se puede decir de todos nuestros impulsos morales. Sin atender a nuestros instintos irracionales no vamos a ningún lado.
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