domingo, 29 de abril de 2012

Los padres de mi madre



Mi abuelo Emilio García-Muro nació en Madrid en 1910. Mi abuela Trinidad Clivillés nació en 1914, también en Madrid. Se conocieron en una academia de dibujo, donde Emilio aprendía dibujo técnico y Trinidad dibujo artístico. El padre de Emilio era mecánico; el de Trinidad, escultor. Emilio trabajaba en el taller mecánico de su padre en Tetuán de las Victorias. La familia de Trinidad había visto tiempos mejores, y las hijas se tuvieron que poner a trabajar. Trinidad trabajaba de modista: una modistilla de Madrid.

Cuando empezó la Guerra Civil, la familia de Emilio apoyaba el alzamiento y la de Trinidad la República. Sin embargo la familia de Emilio se quedó en Madrid, mientras que la de Trinidad se fue a Albacete huyendo de los bombardeos. Para evitar separarse, Emilio y Trinidad se casaron en Noviembre del 36. Como las iglesias de Madrid estaban cerradas, se casaron en el juzgado de Chamberí, Trinidad vestida de miliciana, que era lo prudente. Cuando terminó la guerra y reabrieron las iglesias, Emilio expresó al párroco su intención de casarse por la iglesia, pero como Trinidad estaba embarazada (de mi madre), el párroco les dijo que sólo podía ser a las seis de la mañana, para no causar escándalo. Parece que ninguna de las dos Españas resolvió la boda de Emilio y Trinidad de manera satisfactoria.

Cuando se casaron se fueron a vivir a Tetuán. Allí nacieron sus tres hijas (la primera murió siendo niña). Emilio siguió trabajando en el taller de su padre. Parece que la relación laboral entre padre e hijo no se adaptó a la nueva situación personal de Emilio, casado y con dos hijas. Emilio no estaba a gusto. En 1946, cuando iba a nacer su hijo, con un hermano de Trinidad como socio capitalista, abrió su propio taller en el barrio de las Ventas y dejó el de su padre. Su padre se ofendió y no volvió a dirigirle la palabra. Recordar este incidente con su padre seguía llenando a Emilio de tristeza años después. Lo mismo les ocurría tanto a Emilio como a Trinidad con la muerte de su primera hija. Eran como dos heridas mal cerradas.

Cuando Emilio abrió su taller, al principio siguieron viviendo en Tetuán, pero unos años después se mudaron a las Ventas, al piso que yo conocí. En las Ventas los comienzos fueron difíciles, pero salieron adelante, aunque nunca vivieron bien. El taller se dedicaba principalmente a fabricar pulidoras y cortadoras de mármol y terrazo diseñadas por Emilio. De adolescente yo trabajé algunos veranos en el taller. Aprendí a manejar tornos y fresadoras. También aprendí a serrar, limar, clavar y atornillar como Dios manda. Parece una tontería, pero ver a los que no lo saben hacer me produce el mismo reparo que ver a quien no sabe usar los cubiertos. Todavía me parece de vez en cuando que habría sido más feliz dedicado a la mecánica, y que hago filosofía como la haría un mecánico.

Emilio posando orgulloso con una de sus creaciones

Yo tuve mucho contacto con Emilio y Trinidad. De pequeño, cuando vivíamos en Madrid, los veíamos a menudo. Los sábados por la tarde Emilio nos llevaba a mi hermano y a mí a algún cine de sesión continua a ver películas de tiros. Él cuando se aburría se salía al vestíbulo a fumarse un cigarro y a charlar con el acomodador.

Más tarde, cuando volví a Madrid a estudiar la licenciatura, viví con ellos. Durante esos años me convertí en el testigo principal de sus vidas. A pesar de las decepciones, rutinas y resentimientos acumulados inevitablemente durante tantos años de vida en común, estaba claro que estos dos ancianos todavía podían ver el uno en el otro al muchacho y la muchacha de quien se habían enamorado en la academia de dibujo hacía más de medio siglo. Estando yo allí, Emilio liquidó el taller y alquiló la nave. El alquiler le daba bastante más dinero de lo que ganaba con el taller. Cuando se resolvió este asunto parecía que iba a empezar la etapa más feliz y acomodada de la vida de Emilio y Trinidad, pero Trinidad enfermó enseguida, y ni ella ni él llegaron a disfrutar la nueva situación.

Emilio era un hombre enérgico y emprendedor. Sabía hacer cosas con las manos. Le gustaba pescar. Percibo una cierta similitud entre la manera en que él tomaba posesión de los alrededores de Madrid pescando en sus ríos y la manera en que yo tomo posesión de los alrededores de Londres navegando por sus estuarios. Disfrutaba de su café, copa y puro con la intensidad del que participa en un sacramento. Esto a mí me hacía sentirme incómodo.

Emilio y yo

Trinidad era menos enérgica y menos emprendedora, pero era una mujer entrañable. Creo que esperaba más de la vida. Le gustaba jugar a las siete y media, tomarse una copita de anís de vez en cuando y que Emilio la sacara en el coche los sábados a merendar y a ver una película en un cine de estreno de la calle Fuencarral.

Trinidad y mi madre

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