El viernes fuimos a cenar con unos amigos a Chez Liline. Chez Liline está en un barrio que se llama Stroud Green, a unos veinte minutos de aquí en autobús. Es un restaurante de barrio, sin la artificiosidad de los del centro. Es un restaurante de pescado y marisco: no tienen otra cosa. Lo regenta una familia de Mauricio. La misma familia lleva una pescadería contigua. Que el restaurante lo lleven los mismos que la pescadería, a mí, por lo menos, me hace esperar grandes cosas, y Chez Liline nunca me ha defraudado. La calidad y la frescura del pescado son inmejorables. Sin embargo, no se limitan a poner pescado fresco en la mesa. Viene preparado de mil maneras, a cual más inverosímil, reflejando, supongo yo, la extraordinaria diversidad cultural de Mauricio.
Yo, como buen español, desconfío de los platos de pescado demasiado elaborados.* Sin embargo en este caso tengo que hacer una excepción. Esta gente sabe cómo integrar el pescado en una armonía de sabores exóticos sin estropear su textura ni restarle protagonismo. Yo tomé de primero un hojaldre relleno de cigalas y de segundo un plato con media langosta y un filete de lubina (¡menuda idea!) en una salsa deliciosa. De postre tenían fruta, algo muy poco habitual en los restaurantes ingleses, y yo me tomé un mango excelente. Con una botella de Pouilly-Fumé (la única decepción de la velada) y una de pinot noir rosado, también del Loira, treinta y cinco libras por cabeza. Increible.
*Un español que tiene un restaurante de pescado famoso en Cardiff expresó perfectamente en una entrevista en el periódico hace ya tiempo la actitud a la cocina de pescado que suscribo. Explicaba que él ya no cocina en el restaurante, pero todavía va al mercado todas las mañanas a comprar el pescado del día. Al cocinero le da la siguiente consigna: “Te he comprado un Rolls-Royce. Tú lo único que tienes que hacer es conducirlo”.
martes, 23 de junio de 2009
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