martes, 7 de julio de 2009
Por la costa atlántica francesa
Mi aventura náutica de este verano iba a ser una travesía de Cornualles a Galicia. Nuestro plan era participar en una regata desde el río Helford, casi al final de Cornualles, hasta L’Aber Wrac’h, casi al final de Bretaña, y desde allí cruzar en línea recta hasta La Coruña. Sin embargo este plan se ha ido al traste por falta de viento. La vela es así.
De la regata nos tuvimos que retirar, como la gran mayoría de los setenta y cinco barcos que tomaron la salida. Estuvimos todo el día y toda la noche haciendo bordos a través del Canal de la Mancha con cada vez menos viento, pero a la mañana siguiente desapareció totalmente, y a las diez y media, tras recorrer dos tercios del trayecto, tuvimos que encender el motor y retirarnos.
Era el cincuenta aniversario de esta regata, y el club náutico de L’Aber Wrac’h preparó una celebración por todo lo alto, en una ladera con una vista maravillosa de la bahía. Hubo discurso del alcalde del pueblo, entrega de premios, y un gran banquete de embutidos, ensaladas y pasteles, amenizado por un grupo de canciones marineras.
El lunes, todavía sin viento, decidimos pasar, a motor, el Channel du Four y el Raz de Seine, y esperar en la costa sur de Bretaña hasta que llegara el viento para salir hacia La Coruña. Sin viento esa travesía no es factible en un velero. Son unas 350 millas náuticas, y a motor no hubiéramos podido hacer más de 140 sin repostar.
Pero el viento no llegaba, así que seguimos bajando por la costa francesa a motor, aletargados por el sol y la falta de faena. Así llegamos a Belle Île, realmente bella, y desde allí a la Île d’Yeu, algo menos. En algún punto entre estas dos islas, supongo que al cruzar la línea del Loira, el norte de Europa se convierte en el sur de Europa. Sauzon, en Belle Île, casi podría estar en una isla del oeste de Escocia, y Port Joinville, en la Île d’Yeu, casi casi podría estar en Tarragona, si exceptuamos el verde imposible de los ojos de una camarera de una terraza del puerto. Acabamos en La Rochelle, una de esas ciudades francesas de provincias que parecen guardar el secreto del buen vivir. Allí David y yo abandonamos el barco para volver a nuestras obligaciones en Londres, mientras otro tripulante se unía a Graham y Peter para seguir intentando llegar a La Coruña.
El último día, por la tarde, Eolo se apiadó de nosotros, y para despedirnos nos mandó un viento riquísimo que nos permitió por fin apagar el motor, sacar el spinnaker y recorrer, como si voláramos, el Pertuis Breton, que es el estrecho que separa la Île de Ré del continente, y pasar, ya sin spinnaker, bajo el puente que los une.
El día que volvimos David y yo el pronóstico era más favorable, y los que se quedaban parecían dispuestos a salir al día siguiente directamente hacia La Coruña. No hemos tenido noticias suyas desde entonces. Espero que lo consigan.
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