sábado, 1 de agosto de 2009

Dos proms más


El martes la Orquesta Sinfónica de la Ciudad de Birmingham, que fue durante años mi orquesta local, y ayer viernes la Orquesta de Cámara Escocesa. Los de Birmingham tocaron una obra del compositor inglés contemporáneo John Casken, el segundo concierto de piano de Chaikovski y El pájaro de fuego, de Stravinsky. Los escoceses tocaron Pulcinella de Stravinsky, el concierto de piano de Schumann y la quinta sinfonía de Mendelssohn. De todas estas obras, la única que había oído antes es la de Mendelssohn. Tanta música seguida, después del concierto del viernes pasado, me ha proporcionado una oportunidad excelente para el autoconocimiento: ¿Qué música disfruto de verdad?

De este repertorio lo que menos me interesó fueron los conciertos de piano. En general me parece que la combinación de los sonidos del piano y la orquesta no funciona. Me produce una sensación similar a estos híbridos horrorosos de guitarras eléctricas con secciones de cuerdas. Y en particular en el concierto de Schumann no vi nada de interés, nada que me dejara con ganas de volver a oírlo. El de Chaikovski era un poco mejor. El primer movimiento confirmó mi estereotipo negativo de Chaikovski, con su triunfalismo superficial y vacío. Sin embargo los dos siguientes me gustaron más, sobre todo el segundo, con unos diálogos delicados entre los violines y los cellos.

De Stravinsky sólo había oído hasta ahora La consagración de la primavera, que es sin ninguna duda una de las mejores obras de la música de todos los tiempos. Lo que he oído esta semana no está ni mucho menos a ese nivel. El pájaro de fuego me gustó. El lenguaje es similar al de La consagración de la primavera, aunque con menos fuerza y creatividad rítmica. La orquestación es muy holgada y agradable, con los temas principales a cargo de los vientos, y las cuerdas en segundo plano. Al principio la música es muy tentativa, y al rato empieza a sufrir de la falta de estructura típica de la música para ballet y ópera, pero poco a poco va adquiriendo inercia y vitalidad. Pulcinella es otro cantar. Es un claro precursor del pastiche postmoderno. Empieza con una imitación del barroco, que poco a poco se va convirtiendo en caricatura. Me parece que como partitura para ballet debe de funcionar muy bien. Me la imagino, por ejemplo, en manos de William Forsythe. Pero como música para sentarte a escuchar para mí no da la talla.

La obra de Casken me gustó. Esta idea de que ya no se puede hacer nada nuevo en música o en pintura me suele llenar de tristeza. Probablemente sea verdad, pero sería una pena, un poco como si se extinguiera el bacalao: una cosa buena que ya no podremos disfrutar más. Sin embargo oír música del estilo de la de Casken me devuelve la esperanza. Seguramente la impresión de novedad que me produce se debe a mi ignorancia, pero como impresión es perfectamente real.

Por último Mendelssohn. Siempre he sido un abanderado de las vanguardias artísticas, tanto en la música como en las artes plásticas. Me gustaría ir a conciertos a oír obras nuevas, no a rendir culto al canon decimonónico. Sin embargo tengo que confesar que la quinta sinfonía de Mendelssohn me ha producido más placer que ninguna de las otras obras que he oído estos dos días, por su invención melódica, su claridad de estructura y, sobre todo, por el viaje maravilloso en que te embarca por la constelación de las tonalidades, llevándote aquí y allá caprichosamente pero con un plan, haciéndote sentir las tensiones y los saltos entre dónde estás, de dónde vienes, adónde vas y dónde crees que tendrías que estar. Este sí que sé que es un juego agotado. Ya no se puede escribir música así, pero es indudablemente que la sinfonía clásica alemana, digamos desde Beethoven hasta Bruckner, es uno de los tesoros de la cultura occidental. Por una vez estoy de acuerdo con la mayoría.

Espectadores de las localidades de pie en el descanso del concierto de anoche

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