sábado, 25 de abril de 2009
Ciudadanos británicos
En el mostrador de recepción una señora muy simpática que nos había ayudado con el papeleo marcaba en la lista a los que iban llegando. A la hora convenida nos subieron a una sala de juntas en el primer piso, de arquitectura y decoración de los setenta, como todo el edificio, barato y feo, pero bien cuidado. Fueron llamándonos uno a uno para que entráramos en el salón. Cada uno tenía un asiento asignado con una etiqueta de impresora con su nombre y una tarjeta con el texto del juramento o la promesa. El estrado estaba vacío. Nos recibió una foto de la reina en un caballete al lado de una bandera británica. Al rato llegó un funcionario del ayuntamiento con una chaqueta y una corbata que no llevaba cuando los vimos unos minutos antes en el mostrador de atención al público. Nos dijo que la alcaldesa de Haringey estaba al llegar y que a la entrada había te y café.
Cuando llegó la alcaldesa, el funcionario nos pidió que nos levantáramos para recibirla. La alcaldesa nos dio un discurso breve y acertado sobre la tolerancia y la diversidad en Haringey, donde, según nos dijo, se hablan más de doscientas lenguas y dialectos. También nos dijo que su propia familia venía de la República de Trinidad. Luego el funcionario pidió a los que estaban sentados a su derecha, que iban a jurar, que se levantaran y dijeran uno a uno su nombre completo en voz alta. Luego les pidió que repitieran detrás de él las palabras del juramento. A continuación hizo lo mismo con los que estábamos sentados a la izquierda, que íbamos a prometer. Después nos llamaron uno a uno para que la alcaldesa nos diera el certificado de naturalización y nos hicieran una foto con la alcaldesa y el certificado delante del retrato de la reina y la bandera. Nosotros éramos los primeros y el fotógrafo no estaba listo. Cuando por fin se preparó le dijimos que no hacía falta que se molestara.
Ver a los demás recibir sus certificados producía cierta alegría, cada uno de un rincón distinto del planeta; nosotros, los españolitos, los menos exóticos. Un joven llevaba una camiseta en la que ponía “Everyone loves a Turkish boy”. A todo el mundo le hizo gracia, y el funcionario hizo una broma, pero el chaval cuando posó para la foto se puso de lado para que no se viera la inscripción. También nos dieron una bolsa con regalos, como las que dan aquí en los cumpleaños de los niños, con una banderita de papel, un mapa de Haringey, un llavero del ayuntamiento, un vale para un polideportivo municipal e instrucciones sobre cómo solicitar el pasaporte. Por último nos pidieron que nos levantáramos una vez más para que nos aplaudiéramos a nosotros mismos y escucháramos el himno nacional. Yo tenía miedo de que esperaran que lo cantáramos, pero ni en la grabación ni en la sala cantaba nadie. Supongo que el que más y el que menos todos los que estábamos allí teníamos sentimientos encontrados sobre el paso que estábamos dando. Tenemos que estar agradecidos a la alcaldesa y a sus funcionarios por la delicadeza con que resolvieron la papeleta.
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