Anoche fuimos a un concierto en el Wigmore Hall, parte de una serie dedicada a la promoción de músicos jóvenes. Los intérpretes eran un dúo de saxofón y piano y un conjunto vocal.
La saxofonista era Hannah Marcinowicz. Nunca había oído hablar de ella. Me pareció excelente: técnica brillante, entonación impecable y musicalidad perfectamente medida. Tiene un tono muy limpio aunque un poco apagado, más de músico de orquesta que de solista. Se disolvía completamente en los harmónicos del piano.
El programa era un tanto heterodoxo, sin ninguna de las obras centrales del repertorio. Empezó con la Fantasie sur un thème original de Demersseman. Es una obra de 1860, cuando el saxofón estaba en su infancia. Marcinowicz la tocó brillantemente, y empezar el recital así me pareció una buena manera de establecer las credenciales del saxofón en la tradición clásica sin recurrir a una adaptación. A continuación tocó Syrinx de Debussy, escrita originalmente para flauta, y adaptada al saxofón por Londeix. Es una obra libre y meditativa, de gran belleza. Suelo ser reacio a las adaptaciones de otros instrumentos, pero ésta no me importa demasiado. Desde luego es mejor que la obra que escribió Debussy para saxofón. Luego tocó Leonardo’s dream, de Giles Swayne, una obra que encargó Marcinowicz y estrenó ella misma el año pasado. Es música elocuente y amena, sin artificios estilísticos ni chantajes emocionales, como a mi me gusta. Después del grupo vocal, Marcinowicz cerró el concierto con otra adaptación respetable, esta vez de una pieza para piano de Grieg, y la Pièces caractéristiques en forme de suite, de Pierre-Max Dubois, una obra excelente que no conocía, brillante e irónica (Dubois era discípulo de Milhaud). Marcinowicz la tocó con energía desbordante que no parecía costarle ningún esfuerzo. Para el bis que le exigimos tocó el segundo movimiento de los Tableaux de Provence, de Maurice, como para recordarnos que también se sabe el repertorio estándar. Justo es la obra que estoy tocando estos días. La tocó con cierta frialdad. A lo mejor tiene que ser así.
El grupo vocal se llamaba Juice. Constaba de dos altos y una soprano. Yo no conozco el medio ni su repertorio. Cantaron piezas recientes, de un estilo bastante uniforme, quizás minimalista, cargado de ironía, un poco dado al alarde formal. Algunos de los compositores estaban entre el público. Las armonías que producían con sus voces eran bellísimas, un poco hipnóticas e intoxicantes. El programa incluía el estreno mundial de Simple songs for modern life, de Gabriel Prokofiev. Gabriel, nieto de Sergei, fue alumno mío en Birmingham. Cómo pasa el tiempo.
martes, 7 de abril de 2009
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