El miércoles por la noche fui a una sesión de dibujo del natural. Sólo había ido otras dos veces antes, ya hace varios meses. Son en el local de una asociación de vecinos de Hampstead. Las organiza una señora francesa muy agradable, discretamente bohemia. Va gente de muchos niveles. Yo soy de los peores, pero creo que no llamo la atención. Algunos son impresionantes. La sesión dura un par de horas, empieza con unas poses de cinco minutos que luego se van alargando, para terminar con una larga, de unos cuarenta minutos. La modelo esta vez era una joven rellenita, simpática y natural, de aspecto eslavo.
Dibujar, en general, consigue absorberme completamente. Mientras dura no existe nada más que un fluir misterioso desde las cosas que ves hasta las líneas que trazas. El efecto es especialmente intenso cuando lo que ves, en vez de un árbol o una grapadora, es un cuerpo humano plantado ahí, a un par de metros.
Desgraciadamente, además de la actividad en sí queremos resultados. Dibujar no es agradable si los dibujos que haces no te gustan. En esto hay un cierto margen para el autoengaño, pero a veces funciona y a veces no.
El dibujo, como ya han observado otros, es una de esas actividades en las que un principiante puede sorprenderse a sí mismo con resultados que se habría creído incapaz de conseguir. Las dos primeras veces que fui a dibujar del natural salí con esa sorpresa. Esta vez no. Esta vez he salido decepcionado y enfadado. El dibujo que hice en la pose larga todavía me pone de mal humor cada vez que me lo imagino. Me temo que con el dibujo, como con otras cosas, he llegado hasta el nivel que se puede alcanzar sin ningún talento y sin apenas esfuerzo, y ahí me voy a quedar. No sé qué hay de malo en esto, pero sé que no me gusta.
Este es el primero que hice. Luego fui de mal en peor:
martes, 7 de abril de 2009
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