martes, 13 de abril de 2010

Historia de la música I: La música de mis padres

En mi familia no había ninguna tradición musical. Mi abuelo de vez en cuando cantaba un tango con mucho sentimiento en la sobremesa, pero eso era todo. En casa no hubo ningún aparato para escuchar música hasta que mi tío Arturo, que estaba trabajando en Andorra, un día nos trajo de allí, en vez de queso de los Pirineos, un radio-cassette portátil, siendo yo ya adolescente.

Empecé a oír música en el coche, en los interminables viajes familiares de fin de semana de Zaragoza a Madrid o a Soria, o en las salidas domingueras a parajes horrendos de los alrededores de Zaragoza. Mi padre mantenía en su Seat 131 una enorme colección de cintas, compradas en su mayoría en restaurantes de carretera.

A mi padre le gustaba la música ligera, con letras de temas sentimentales y preferentemente tono latinoamericano: boleros, rancheras y cosas así. Entre sus preferidos estaban Julio Iglesias, Raffaella Carrá y Rocío Dúrcal. Seguro que se me olvida alguno, pero está bien así. Los que vivisteis esa época os haréis una idea. El gusto de mi madre era similar, aunque ella prefería canciones de un tono un poco más serio, como las de Mari Trini, que a mi padre también le encantaba, y María Dolores Pradera.

Yo creo que a mí nunca me gustó nada de esto, pero a lo mejor la evolución posterior de mis gustos me distorsiona el recuerdo. Desde luego, a partir de los doce años o así, cuando me uní precozmente a la rebelión juvenil, esta música empezó a producirme un desprecio profundo y duradero.

De todos modos, no cabe duda de que algunas de estas canciones pasaron a formar parte de mí. Todavía me sé de memoria muchas canciones de Mari Trini o María Dolores Pradera, y a veces, cuando todo está en silencio, suenan en mi cabeza sin saber por qué. Por mucho que las despreciara, ahí estaban.

El otro día estuve escuchando en YouTube algunas de estas canciones. Muchas de ellas era la primera vez que las oía fuera de mi cabeza desde que dejé de acompañar a mis padres en sus salidas domingueras, hace más de treinta años. Tenía curiosidad por comprobar qué efecto me producían. Quiero mencionar dos sorpresas agradables.

La primera es una canción que nunca he dejado de saberme de memoria, aunque se me había olvidado quién la cantaba. Es “Enhorabuena”, de Ana María Drack. Me ha encantado oírla. La volveré a oír. Esto en realidad no cuenta como una verdadera claudicación, pues Ana María Drack estaba un poco en la frontera de lo que les gustaba a mis padres y el mundo de los cantautores que sí reconozco como una fase en la evolución de mi propio gusto musical.

La segunda sorpresa ya es más difícil evitar describirla como un reconocimiento de que al final mis padres tenían razón. Para bien o para mal, el paso de los años ha eliminado los prejuicios estilísticos que impedían que las canciones de María Dolores Pradera tuvieran sobre mí el efecto que buscan. Ahí están, tal y como los recordaba, todos los detalles que me repugnaban: el exagerado sentimentalismo, los contrapuntos ridículos del requinto, el inauténtico sabor latinoamericano y el aire de gran señora. Sin embargo, a pesar de todo, tengo que confesar que después de treinta años despreciándolas, las canciones de María Dolores Pradera han conseguido conmoverme. Su voz profunda, íntima y relajada y su dicción clara, directa y decidida tienen un efecto delicadamente estremecedor.

Ahora sí que de verdad está claro que he dejado de ser joven.

2 comentarios:

Emilio dijo...

Genial. Faltan algunas referencias pero es genial.
Que sepas que no eres el único que ha dejado de ser joven, escucha esto a ver si lo recuerdas: http://www.youtube.com/watch?v=fQnEUkCDyiw
Salu2.

Exilio Cósmico dijo...

Es curioso, porque oyéndosela cantar al chico este no me sonaba de nada, pero luego oyendo la versión original ya sí.