A la mañana siguiente nos levantamos todos con la moral muy baja. Alicia estaba indignada por lo que le había hecho pasar el día anterior, y aterrada por lo que todavía le quedara por padecer, por no hablar de todas las actividades sociales que se estaba perdiendo en Londres. Los demás tenían actitudes menos hostiles, pero desde luego nadie estaba deseando continuar. Escuché el parte meteorológico, y no parecía que la cosa fuera a mejorar. Sin embargo, había un par de factores prometedores. Para empezar, esta vez íbamos a navegar con el viento y la marea en la misma dirección, que siempre produce mares más calmados. Además, gran parte de la travesía sería en las aguas más resguardadas del estuario.
Estuve a punto de anunciar que nos volvíamos a Tollesbury. Estaba convencido de que era la decisión equivocada, de que mi campaña para atraer a mi familia a mi proyecto náutico no se recuperaría fácilmente de esa derrota. Sin embargo era de verdad lo que me apetecía: abandonar, vender el barco, sacarme de una vez la idea de la cabeza. Al final no dije nada y me fui otra vez a tierra a comprar gasoil. Con el aire fresco me tranquilicé y me decidí a seguir. La tripulación lo aceptó.
Salir fue fácil. Me habían puesto justo al final del pantalán, mirando río arriba. Ahora la marea estaba subiendo. Andy, otro socio, me dio una idea excelente que funcionó a la perfección: soltar la amarra de popa y dejar que la corriente me diera la vuelta al barco. Luego, ya apuntando hacia la salida, no tenía más que soltar la amarra de proa y echar a andar.
Como me esperaba, las condiciones ese día fueron mucho más benignas, así que pudimos sacar las velas y apagar el motor. Fuimos así, disfrutando, un buen rato. Luego nos alcanzó un fuerte chubasco de lluvia y viento, así que enrollamos el foque y encendimos el motor. Cuando se pasó seguimos así, pues el canal ya se estrechaba y el pilotaje requería mis cinco sentidos.
Nuestro destino ese día era Heybridge Basin. El estuario del Blackwater llega hasta Maldon, famosa por su sal. A Maldon es difícil llegar con un velero. Se puede subir con la marea, pero nada más llegar te tienes que volver, pues no hay donde quedarse a flote con marea baja. Pero un poco antes de Maldon está Heybridge Basin. Es el punto en el que un canal construido en el siglo XVIII que empieza tierra adentro se comunica con el mar. Se entra por una esclusa, a la que sólo se puede acceder justo antes de la pleamar. Solo da tiempo a usar la esclusa un par de veces antes de que empiece a bajar la marea y deje de haber suficiente agua para alcanzarla.
Cuando llegamos, la marea todavía no había subido lo suficiente, así que estuvimos dando vueltas esperando a que cambiara el semáforo. Rob, el patrón del Polo IV, me explicó la entrada por la radio. Se accede a la esclusa siguiendo una línea curva de ramitas de árbol clavadas en el fondo, que has de dejar a babor. Es una técnica muy común por aquí para marcar los canales de acceso. En inglés se les llama withies. No sé cómo se dice en español.
Cuando se puso verde el semáforo me uní a la cola para entrar en la esclusa. Sabía que tenía que seguir la línea de whities. Lo que no sabía es que tuviera que estar tan cerca de ellos. Me alejé un poco y encallé. Salí sin problemas, y contento de haber pasado sin mayores consecuencias por este trance tan común en la costa este.
En esta foto de la entrada a la esclusa con marea baja podéis ver por qué hay que ir tan cerca de los withies.
Y aquí tenéis un primer plano del surco que dejé con la orza, mi primera contribución artística al paisaje de esta costa.
La esclusa es un espectáculo para los lugareños y los turistas, que se arremolinan para presenciar la operación. Una vez dentro, el encargado, un señor simpatiquísimo, da a cada barco instrucciones precisas sobre donde amarrar. Nosotros, con otros tres barcos del club, estábamos abarloados a Gladys, una barcaza del Támesis, que es un tipo de velero tradicional que en el siglo XIX se usaba para ir desde estos puertos a Londres con cargamentos de paja para los caballos y volver con cargamentos de estiércol de los caballos para abonar la tierra y continuar el ciclo. Estaban diseñadas para ser tripuladas por un hombre y un chaval. Son espectaculares. En Maldon hay muchas. Damián pasó mucho tiempo jugando en la cubierta de Gladys.
Esa tarde el ambiente en el Scallywag era algo más distendido. El día, después del chubasco, no había sido desagradable, y al llegar hacía un resol muy rico. Las niñas se habían hecho amigas de dos hermanas de otro barco del club, que además tenían un perro. También creo que experimentaron por primera vez la satisfacción de haber completado una singladura con éxito.
Cenamos todos juntos en un pub que hay a la orilla del canal. Éramos unos cuarenta, entre los que íbamos en la flotilla y los que vinieron a la cena por carretera. La comida no era buena, pero en este país, fuera de Londres, ya se sabe. La compañía, por el contrario, excelente. Gente acogedora, interesante y sencilla.
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