lunes, 22 de diciembre de 2008

Mantenimiento de la bicicleta

Suelo ir a trabajar en bicicleta. Son unos diez kilómetros cada trayecto. Tardo entre 35 y 40 minutos. Es uno de los pocos aspectos de mi vida que sé de seguro que no quiero cambiar. Si no pudiera desplazarme en bicicleta sería menos feliz.

Empecé a utilizar la bicicleta como medio de transporte en Madrid, en la universidad. Iba a la Autónoma en bicicleta, por la cuneta de la autovía. Luego, cuando vivíamos en Michigan, unos amigos belgas que se volvían a Bélgica un par de años nos dejaron sus bicicletas en usufructo. La usaba a menudo, aunque las distancias eran tan cortas que casi no merecía la pena. Cuando vivíamos en Birmingham también iba a trabajar en bicicleta. Pero nunca la había usado con tanta regularidad como ahora en Londres.

Antes llevaba la bicicleta a arreglar a una tienda de Muswell Hill, el típico negocio familiar con trato personal, de los que ya no quedan. Pero hace un par de años cerraron. En la liquidación final de esta tienda me compré un libro sobre mantenimiento de bicicletas. Los de la tienda me dijeron que todo lo que sabían ellos estaba en este libro. Desde entonces, con la ayuda del libro y de Internet, me arreglo la bicicleta yo mismo.

Yo creo que hay dos maneras de enfocar la vida radicalmente opuestas. La primera consiste en no preocuparte de cómo funcionan las cosas, limitándote a usarlas sin pretender entenderlas, dejándolas en manos de los profesionales cuando se estropean. La segunda aspira a la autosuficiencia, a entender cómo funcionan las cosas que usamos para saber arreglarlas y modificarlas cuando sea necesario.

El primero de estos enfoques no podría tener un representante más puro que mi padre, mientras que el segundo es claramente dominante en la familia de mi madre. Y yo me siento con un pie en cada lado, con las dos tendencias luchando por el control de mi alma. Así he pasado de usar Macs durante años, tratándolos como cajas negras cuyo contenido me era indiferente, a montarme mi propio PC.

Mi actitud hacia el mantenimiento de la bicicleta manifiesta esta ambivalencia. Me gusta saber hacerlo, y me alegro de haberlo hecho, pero hago lo posible por evitarlo, y mientras lo hago suelo estar de mal humor.

Hace un par de semanas cambié la cadena. Las cadenas con la edad se estiran, y si tardas mucho en cambiarlas desgastan los piñones, hasta el punto de que ya no funcionan con una cadena nueva, y si cambias la cadena tienes que cambiar los piñones también. Esto es justo lo que me ocurrió. A los dos días de cambiar la cadena tuve que cambiar los piñones. Es la segunda vez que me pasa.

Desde que puse la nueva cadena y los nuevos piñones el cambio de marchas no había funcionado bien. Lo peor era que se salía la cadena siempre que quería utilizar el piñón más grande, y se quedaba encajada entre el piñón y los radios. Ayer, tras resistirme todo lo posible, por fin decidí investigar. Como siempre retraso estas tareas, cuando me pongo suele haber muchas cosas que hacer. Ayer hice lo siguiente:
  • Cambiar dos radios de la rueda de atrás, uno que estaba roto y uno que se había desfigurado al salirse la cadena. Como eran del lado de los piñones, tuve que quitarlos para poner los radios.

  • Enderezar la rueda, que estaba abollada y descentrada. Esta es una reparación que me solía asustar. Hay que hacerlo con tranquilidad y con la cabeza fría. Ahora me sale bien.

  • Apretar las tuercas del eje de la rueda. Estaban muy sueltas y la rueda tenía mucho juego.

  • Ajustar los frenos.

  • Desmontar un pedal para engrasar los cojinetes.

  • Y por último ajustar los cambios.
Así pasó la mañana del domingo.

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