Estas navidades, como todos los años, hemos ido a Madrid, a casa de mis suegros. Entre Nochebuena y Nochevieja he cenado con siete de mis ocho cuñados y cuñadas, seis de mis siete concuñados y concuñadas y catorce de mis diecisiete sobrinos. En estas situaciones no suelo estar a la altura de las circunstancias, aunque hago lo que puedo.
Nací en Madrid, en el barrio de la Elipa. Allí viví hasta los nueve años. Luego, entre los dieciocho y los veintitrés volví a Madrid para la carrera. Catorce años en total.
Me gusta andar por Madrid. Casi todo me resulta familiar, a pesar de los cambios. La geografía de Madrid encierra más significados para mi que la de ningún otro sitio. Disfruto repasándolos sobre el terreno.
Quizás lo mejor del viaje fue nuestra velada anual con Gonzalo y Mari Angeles. Son los amigos más viejos que conservamos. Ella fue al colegio con mi mujer. Yo los conozco desde la universidad. Vimos La comedia nueva o el café, de Moratín, en el Teatro Pavón. Luego fuimos a cenar de raciones a Los Arcos. Acabamos tomando unas Caipirinhas en Huertas. Inmejorable.
Mi mujer, Mari Angeles y sus demás amigas del instituto esparcidas por la universidad fueron para mi, hace veinticinco años, lo que Albertine, Andrée, Gisèle y las demás habían sido para Marcel.
Me ha llamado la atención el avance de la peatonalización de Madrid. La Cuesta de Mollano y Arenal son peatonales. Y en Fuencarral, entre Quevedo y Bilbao, la calzada ha perdido dos carriles en favor de la acera. Nadie es más anti-coche que yo, pero me produce cierta aprensión que las ciudades parezcan cada vez más parques temáticos.
lunes, 5 de enero de 2009
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