jueves, 26 de febrero de 2009

Historia de la vela II: Tripulante


Cuando decidí hacerme marino, no sabía por dónde empezar. No sabía nada del mundo de la náutica, ni conocía a nadie que me lo pudiera explicar. En Septiembre del 2002 me compré en el supermercado el número de ese mes de la revista Yachting Monthly, con un poco de vergüenza, pues siempre me había sentido superior a los hombres que ojean revistas sobre sus aficiones de pie delante del expositor. Casualmente ese número traía un suplemento con una lista de todas las academias que imparten los cursos de la Royal Yachting Association. Vi que en el Hampstead Garden Suburb Institute, un centro de educación para adultos que está cerca de casa, daban clases semanales nocturnas del curso teórico de Day Skipper, que es el título de patrón más básico de la RYA. Me lo pasé en grande con las cartas, las derrotas, los rumbos y las enfilaciones. El profesor era un anciano tan inteligente como simpático. Cuando le preguntaban la edad, que debía de rondar los ochenta, decía, sin mentir, que estaba más cerca de los cuarenta que de los treinta.

Al final del curso sabía hacer cálculos náuticos como nadie, pero todavía no me había acercado a un barco. Unos alumnos del curso me hablaron de unos clubes de vela ligera que había en un embalse cerca de casa. Como he contado en otro sitio, fui, me hice socio de uno de los clubes y aprendí, más o menos, a navegar en vela ligera. Pero lo que yo quería no era eso. Lo que yo quería era navegar en veleros grandes, con los que poder cruzar mares e ir de puerto en puerto.

La primera oportunidad que tuve de poner en práctica los conocimientos teóricos que acababa de adquirir me la dio Maurice, un compañero del club de vela ligera del que era entonces socio. Maurice había alquilado dos barcos con patrón para participar con amigos del trabajo y del club de vela en la Round the Island Race.

La Round the Island Race es una regata que se celebra en Cowes todos los años con participación multitudinaria: unos 1800 veleros, desde los barcos más rápidos del mundo con tripulaciones profesionales hasta familias con ancianos y niños en barcos modestos y parsimoniosos. Gracias al sistema de compensación, todos tienen en principio las mismas oportunidades de ganar, aunque para la mayoría no es tanto una competición como una celebración de la vida náutica y su tradición. La salida es en Cowes y la llegada también. La regata consiste en circunnavegar la Isla de Wight en sentido contrario a las agujas del reloj, unas cincuenta millas náuticas.

Yo nunca había visto nada igual. En la salida el horizonte estaba literalmente cubierto de spinnakers multicolores. Luego, al dar la vuelta a la esquina de la isla, con el viento de cara, fuimos entretejiendo nuestro rumbo con el de cientos de barcos. Con cada bordo, arriba se convertía en abajo, derecha en izquierda y barlovento en sotavento. Perdí enseguida cualquier noción de dónde estábamos, de dónde veníamos o hacia dónde íbamos. Sólo importaba cómo se iba a solapar nuestro rumbo con el del siguiente barco con que nos íbamos a cruzar, una y otra vez, hora tras hora. La navegación real me pareció aún más maravillosa que la navegación virtual de mi curso teórico.

Luego me enteré de que otro club de vela ligera con el que compartíamos el embalse tenía un programa regular de navegación de crucero, en barcos de charter con patrones del club. Empecé a salir con ellos y al año siguiente me cambié de club. Esa era la navegación que yo quería hacer.

El artífice de estas salidas era un socio del club llamado David. David es una persona entrañable, que a pesar del nivel de vida que ha conseguido como arquitecto lleva su origen humilde con orgullo y un poco de resentimiento. Yo le caigo bien. Solíamos salir de sábado a lunes, aunque gracias a la habilidad de David en el regateo los lunes nos salían gratis. Salíamos en invierno, cuando las tarifas de charter eran más baratas, y salíamos a navegar, estrujando en un fin de semana todas las millas náuticas que cabían, sin encender el motor más de lo estrictamente necesario.


Aunque yo no me daba cuenta entonces, los patrones sabían sólo un poco más que yo, y no siempre salían las cosas bien. A mi uno de los errores casi me cuesta caro. En una trasluchada accidental, la botavara me dio en la cabeza y acabaron izándome con un cable desde el barco a un helicóptero de rescate, que me llevó a un hospital en Poole. La sala de espera era todo un espectáculo: ciclistas, jugadores de rugby, escaladores… y yo, cada uno disfrazado de lo que estaba haciendo cuando ocurrió el accidente que puso fin a su tarde de sábado. Lo mío afortunadamente no fue nada: unos puntos, un vendaje espectacular en la cabeza y a correr.

Aprendí mucho en esas travesías, y en el verano del 2004 completé con éxito el curso práctico de Day Skipper.

continuará

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