lunes, 19 de enero de 2009

Vela ligera


El sábado salí a navegar en mi barco de vela ligera. La idea fue de mi hija mayor. A ella le atrae la vela. Nunca ha llegado a aprender de verdad, pero no lo hace mal, y de vez en cuando le gusta salir conmigo. A mí pocas cosas me producen más satisfacción que salir a navegar con mis hijas. Sin embargo al final tuve que ir solo, pues a ella no le cabía el traje de neopreno. Ha crecido. En esta época del año, aquí sin traje de neopreno no se puede salir. El agua está muy fría, y en la vela ligera siempre hay que contar con la posibilidad de acabar en el agua.

Si me permitís que simplifique, en la vela ligera tienes tres controles. En una mano llevas la caña del timón para controlar la dirección. En la otra llevas la escota de la mayor, para ajustar el ángulo de la vela mayor a la dirección de la que te viene el viento. El tercer control es tu propio cuerpo, cuyo peso utilizas para contrarrestar la presión del viento sobre las velas y evitar que el barco se vuelque. Cuanto más viento cojan las velas más tienes que sacar el cuerpo hacia barlovento. El ajuste tiene que ser continuo. Si te distraes te vas al agua.

No sé si os acordaréis de la filosofía del bachillerato. Explicaban que para Parménides todo es igual a sí mismo, todo cambio es ficticio y el mundo permanece inmutable en un equilibrio estable, descasando sobre su propio peso. Para Heráclito, por el contrario, todo fluye, nada permanece, y el único equilibrio que existe es el equilibrio dinámico de fuerzas opuestas que efímeramente se contrarrestan. A mí no me cabe duda de que Heráclito tenía razón. Su doctrina es la verdad más profunda y más difícil.

La vela ligera es una actividad heraclítea. El barco sólo se mantiene en pie y avanza cuando equilibras tu cuerpo con el viento. Conseguirlo es una sensación maravillosa, pero no te puedes parar a disfrutarla, pues si te quedas donde estás, el equilibrio enseguida desaparece. Para mantener el equilibrio no puedes dejar de moverte. La bicicleta, el esquí y el patinaje sobre hielo también son actividades heraclíteas, aunque no tanto. Todas me gustan.

Navegar me produce tensión. Es como un desafío pre-intelectual que el cerebro tiene que afrontar con recursos animales que yo no tengo ocasión de usar en mi vida diaria. No es una sensación agradable, pero de vez en cuando siento la necesidad de poner en funcionamiento ese aspecto de mi ser. Luego siempre me alegro.

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